sábado, 25 de diciembre de 2010

De grandes cenas...

-Tienes que aprender a hacerlo bien-decía el maestro sepulturero a su aprendiz-Clava la punta de la pala, y luego haz palanca. Después deja el montón de tierra ahí al lado y vuelta al principio.
El aprendiz suspiró. Siempre le repetía lo mismo, como si dentro de aquella frase se encerrara una verdad oculta que él no había querido o podido ver. Repitió el movimiento; clavar, hacer palanca, monton de tierra y vuelta al principio.
-Maestro-dijo al cabo de un rato-¿de veras es necesario hacer eseto en una noche sin luna, con la tempestad rugiendo a nuestro alrededor y nuestras linternas empapadas de lluvia? Tengo mojados hasta los huesos, y apenas puedo ver lo que hago. Volvamos adentro.
-No-respondió el maestro-Debes aprender. El camino esta lleno de obstáculos, y tienes que aprender a vivir con ellos.
El aprendiz siguió cavando durante una hora. Cuando pasó ese tiempo salió del agujero, mirando con suspicacia a su maestro.
-¡Maestro!-dijo-Estoy harto. No creo que tus métodos sean los acertados ni que puedan ayudarme a alcanzar la perfección. Te dejo; he aprendido lo que necesitaba. Adios.
El maestro vio marchar al discípulo, apenado. Su entrenamiento distaba de estar completo, y largo y árduo sería el camino hasta que consiguiera la perfección.
-La perfección se consigue con la práctica-murmuró, y siguió cavando.
A su lado, la cena esperaba a ser enterrada.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Ominoso pensamiento

Irregularidad y libros

Ultimamente mis entradas se estan volviendo algo irregulares, y creo que debería explicar la razón. Me encuentro embarcado en la redacción de un libro (formato novelesco, temática terrorífica-lovecraftiana con tintes de John Carpenter, lo que a mi me gusta) y...tengo la cabeza de llena de ello. Estoy intentando mantener un ritmo alto de escritura (por encima de las tres páginas diarias, últimamente cinco o seis), lo cual me está provocando una sobrecarga temática considerable; de ahí que los relatos cortos esten virando tanto hacia el terror. Por si fuera poco me paso el día pensando en lo que voy a escribir, y cuando llega el momento de escribir el relato diario para el blog estoy tan saturado que no se me ocurre nada, lo que explica la reciente proliferación de dibujos de zombies y demás.
Lo bueno es que queda poco; solo queda un tercio de libro por escribir. Después de eso únicamente quedará la corrección y reestructuración, y no ire devanándome los sesos (tanto) como ahora.
Hasta entonces, disculpen las molestias.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Deducción.

-Y que su fuerza os ilumine a todos.
Con esas palabras se cerró la reunión; un rayo rasgó el cielo y un trueno retumbó teatralmente. Las luces se apagaron y hubo un gran revuelo; la gente gritaba y se levantaba. Durante unos instantes todo se redujo a caos, y de pronto, tal como se hubo ido volvió la luz.
El cuerpo del Gran Maestre reposaba, inmovil, en el centro de un gran charco de sangre que se iba haciendo cada vez más grande. Un grito resonó en la sala mientras los presentes vieron, horrorizados, el gigantesco cuchillo clavado en la espalda de tan insigne señor.
Una figura decidida salió de la multitud y se acercó al cuerpo. Era el joven Pascal Fourier, intrépido reportero de la Gaçette de la Province. Se adelantó hasta el cuerpo, tocó su muñeca, y sentenció.
-Ha muerto.
Esto provocó aún más revuelo entre muchedumbre. El joven los hizo callar con un gesto y continuó:
-Este cuchillo es sin lugar a dudas la daga de la Penetración; la ilustre forma de su mango lo atestigua. Sin lugar a dudas, quien ha cometido el crimen había planeado el corte en la corriente. Disponía de acceso a los juegos de llaves, ya que si no le habría sido imposible abrir el Armario de los Útiles.
-Creo que...-empezó uno de los asistentes, un señor anciano y cejijunto.
-¡Silencio! Mis deliberaciones requieren tranquilidad y sosiego-se incorporó, mirando a su alrededor-A ver; ¿quien querría matarlo? ¿Sería...la suma sacerdotisa, acusada de impíos actos con los Útiles?-señaló con un dedo a la mujer, que se ruborizó-¿O habrá sido el Secretario, ávido de poder?
-¡Cuidado con lo que....!-comenzó el secretario, pero cerró la boca al ver el gesto cortante del joven.
-Esto requiere de mis dotes deductivas. Veamos...
-¿Quiere alguien...?-volvió a comenzar el anciano cejijunto.
-¡Que alguien calle al viejo!-aulló Fournier, haciendo un gesto de desprecio-Veamos, necesito entrevistarme con todos los presentes. Que nadie salga de aquí; todos deberán hablar conmigo. Yo, el gran Pascal Fournier, habiendo podido resolver el misterio de las Joyas de Persia, el asesinato de Sir Wallace y las Voces de la Mansión de la Fontaine, conseguiré resolver este caso en un pis pas.
-¿Nadie va a escucharme?-aulló el anciano.
El joven refunfuñó y le miró con sorna.
-¿Que vas a aportar tú a la investigación? ¿Crees que puedes compararte conmigo?
-Compararme no se-respondió el anciano-pero puedo darle mi consejo. Mi consejo es el siguiente; si apuñala a alguien, no se limpie en su propio pañuelo. Y si lo hace, no lo deje caer por ahí.
De su mano nudosa colgaba un pañuelo manchado de sangre en el que se veía bordado el nombre completo de Pascal Fournier.
-Ups-dijo el periodista, y corrió.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Labor de investigación

-Eres...raro.
María no dejaba de mirar al ser que tenía delante. Era claramente extraño bajo cualquier estándar; tenía la cabeza entre las piernas, y su cuerpo, cubierto de fino pelo violáceo, brillaba de forma multicolor. Tenía tres piernas, y caminaba dando extraños tumbos, ya que no coordianaba del todo bien. Verlo volverse era todo un espectáculo.
Además, su torso tentacular era claramente más pesado por un lado que por el otro, impidiéndole mantener un esquilibrio correcto. Las alitas que surgían de las parte más alta eran claramente inservibles.
-¿Por qué dices eso?-chilló el ser con su vocecita. Parecía dolido.
María miró la gran oreja tubular que surgía del centro de la cara e intentó enfocar sus ojos en el único globo ocular de la cosa.
-Eres...poco práctico.
-¿Qué quieres decir con "poco práctico"?-aulló el ser. Ahora no solo parecía dolido; también parecía enfadado.
-No puedes caminar bien. Te tambaleas. En clase me han enseñado la teoría de la evolución; solo sobreviven los más aptos. Y estoy segura de que si viniera un tigre te comería en un periquete, sin que pudieras correr y sin que te diera tiempo a decir-pensó cual sería la frase exacta-Encefalorraquídeo, por ejemplo.
El ser traqueteo sobre sus piececitos terminados en uñas del color del arcoíris y refunfuñó.
-¿Y si tu te encontraras con un tigre, qué?
La niña pensó.
-No me daría tiempo a decir nada-sentenció-Echaría a correr en vez de perder el tiempo con palabras largas.
-¡Oh, vamos!-chilló el ser, dándo un salto de unos cinco centímetros; estuvo a punto de volcar al aterrizar-¡No puedo creer que te estes comportando así!
La niña miró a su alrededor.
-Estoy segura de que en esa direción se encuentra el museo de Ciencias Acopladas Postoníricas. Vamos.
-¿Pero qué hay del parque de atracciones? ¿Que hay de las golosinas? ¿Que hay de echar a volar y jugar con los pájaros?
María le lanzó una mirada, y la mantuvo hasta que el ser apartó la vista. Después se volvió al horizonte de colinas color rosa.
-Este es mi sueño y hare lo que me dé la gana-dijo. Y añadió-Y es imposible que volemos; tu envergadura de alas es insuficiente para tu peso, y las personas no vuelan. Vamos.
Y echaron a caminar.

Surreal

Las fuertes linternas de tus brazos crepitan a su alrededor, y a veces el murciélago no deja de revolotar. En esas ocasiones tus palillos se entrechocan, azarosos, en la lugubre cumbre, y no logras desentrañar la caverna de las aguas profundas.
¿Qué es lo que caminas? ¿Caminas lo que piensas? El seso flaco de la tonta soledad no mira el peso de los átomos. No queda más, no lo sigues. El entrechocar continúa, y la fiebre comienza.
¿Supones mal al suponer que vuelas?
La crepuscular tienda te azota por un lado, y la niebla espesa por el otro. Sin embargo, poco a poco vas viendo el amanecer; no todo está en la isla. No todo está muerto y zombificado. La sangre roja de farol cae y cae, pero ves que es más el perfume que la carne.
Piensas en el pétalo. Piensas en el hilo. Todo está dicho y no hay nada que decir. Te das cuenta del hombre del maletín, y te ríes de tus murciélagos.
Le miras a los ojos y le susurras con un beso.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Dormir

Depertar.
Mirada alrededor.
Parpadeo.
Desperezarse.
Limpiarse detrás de las orejas.
Sentarse.
Mirar alrededor.
Caminar.
Cocina.
Comer.
Beber.
Caminar.
Sentarse.
¡Escuchar!.
Caminar.
Ver.
Llamar.
Llamar.
Frotarse.
Llamar.
Me acaricia.
Me acaricia.
...ronroneo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Cerca del final

Abrhamir estaba en el borde del acantilado, mirando la sombría playa de arenas grises bañada por las olas negras. El cielo estaba oscuro, cubierto por una gruesa capa de nubes; de un momento a otro comenzaría la lluvia.
Abrhamir desenvainó su espada y la apuntó al cielo, desafiante. A lo lejos un rayo respondió zigzagueando desde los cielos, y al cabo de unos segundos el trueno llegó a las costas.
-¡Murr de las Profundidades Negras!-gritó el guerrero-¡Hice lo que me pediste! ¡Crucé el mortal desierto de Dorzal, caminé por las sendas de los Montes de Thrul, me perdí en las profundidades de la Selva de Zlahs! ¡Robé los dientes de rubí de la Señora de la Gran Cueva de Pormal, vencí al León de las Sombras! ¡Me lo prometiste y no has cumplido! ¡Muéstrate!
A lo lejos la tormenta empezaba a cambiar de forma; un gigantesco remolino de nubes oscuras, salpicado de relámpagos, bajaba hasta el nivel del mar.
-¡Murr!-rugió Abrhamir-¡Murr!
El suelo tembló, y un terrible sonido se elevó de las profundidades del mar. En las aguas se estaba abriendo una gran sima, un agujero gigantesco y profundo que se abría hasta lo más hondo del océano, hasta el abismo más recóndito. Una sombra empezó a surgir de aquel hueco; una figura ciclópea y colosal. Los mechones de pelo empapado debían medir cientos de metros, y toda su superficie parecía cubierta del mismo barro oscuro y aceitoso.
Murr, el morador de las Profundidades Negras, se alzó en toda su magnitud, y comenzó a caminar hacia Abrhamir. Cada uno de sus pasos hacía retumbar la tierra, y levantaba olas que chocaban con fuerza contra el acantilado.
La gigantesca cara del ser se acercó al guerrero. Su voz, grave, profunda, sobrenatural, sonó por encima del rugir de la tormenta.
-Abrhamir de las Espadas Rojas-dijo, y su aliento putrefacto de eones bajo el mar golpeó a Abrhamir-Cruzaste el mortal desierto de Dorzal, caminaste por las sendas de los Montes de Thrul, te perdiste en las profundidades de la Selva de Zlahs, si, y robaste los dientes de rubí de la Señora de la Gran Cueva de Pormal. Venciste al León de las Sombras. Hasta ahí has cumplido el trato, pero te queda la última parte.
Abrhamir miró al dios, temeroso. Sin embargo consiguió gritar:
-¡Cumpliré lo que haga falta para recuperar a mi amada!
El rostro sonrió.
-Tu última prueba será sumergirte en mi reino-dijo-Si logras llegar hasta la sala donde se encuentra mi Trono, tendrás aquello que has pedido. Si no, serás mi sirviente por los siglos que han de venir.
-¡Sea!-gritó Abrhaim.
Ella era lo único que le hacía sentir humano. Se lo debía; tenía que rescatarla fuera como fuera.

martes, 14 de diciembre de 2010

Los altavoces viejos

Se inclinó hacia los altavoces, extrañado. Una vez más, dejaban escapar aquel ruido extraño, que asociaba con pequeños cristales rotos. 
Escuchando, se mantuvo a la espera. El sonido siempre empezaba a un nivel mas bajo, y al cabo de un rato subía. Como venía se iba; en cierto modo le recordaba al sonido de los computadores antiguos en las películas. ¿Tendría algo que ver?
Lo desagradable era aquella manera de metérsele en los oídos. Decidió que ya era hora de encontrar el origen del problema.
Subió el volumen al máximo y escuchó. Los altavoces mandaban la misma señal; un ruido muy, muy bajo de estática extraña. No sabía que hacer para averiguar el origen de aquello.
Entonces pensó que podría grabarlo con el micrófono. Eso era. Lo grabaría con el micrófono, lo reproduciría y podría oir con claridad aquel sonido tan molesto. Entonces podría subirlo en algún foro de informáticos y preguntar qué era eso y como deshacerse del sonido.
Colocó el micrófono ante el altavoz derecho y grabó. Después amplificó la señal varias veces.
El sonido era ahora extraño, agudo. Sonaba como...como...
Relentizó la pista de sonido y prestó atención. No podía creerlo.
Eran voces.
-¡Sácanos!-decían-¡Sácanos de aquí! ¡Está oscuro! ¡Desconecta el altavoz!
¿Qué iba a decirle al tipo de la tienda de reparaciones?

domingo, 12 de diciembre de 2010

La sospecha

Me despierto, molesto. Tengo una sensación extraña. No consigo entender qué es, pero hay algo que se me olvida. Algo.
Me levanto de la cama y camino hasta el cuarto de baño. Me lavo la cara y las manos; durante un segundo, por culpa del sueño y los ojos pegados, veo doble y creo que tengo seis dedos en la mano derecha. Me fijo bien. Tengo cinco, claro.
Me seco las manos y camino hasta la cocina para prepararme el desayuno. Meto una taza de leche en el microondas. Pulso la tecla dos veces para marcar un minuto, pero el contador digital hace cosas raras. Aparecen signos que no conozco, extraños y cambiantes. Pulso el botón de encendido de todas formas, y cuento en voz alta.
Cuando lleva diez segundos me doy cuenta de que una gran nube de vapor esta saliendo de la rejilla de ventilación.
-¡Hey, hey!-exclamo, abriendo la puerta. El microondas se detiene automáticamente.
Miro la taza vacía en el interior del aparato; una gran nube de vapor escapa. El recipiente se encuentra completamente vacío.
Empiezo a sospechar. Me acerco a la pared y pulso el interruptor varias veces, encendiendo y apagando. Nada, no funciona. La luz sigue encendida. Salto, y tardo tres segundos en volver a tocar el suelo.
Caigo en la cuenta, y de pronto todas las formas se hacen reales. Soy repentinamente consciente de lo altas que son las paredes, del extraño color rosa del cielo. Camino por la casa, deleitandome de mi descubrimiento.
-Espero que aún queden muchas horas para que suene el despertador-sonrío. Me lanzo por la ventana y vuelo hacia lo mas alto.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Zombiegirl

Confusión

Tom estaba esperando el autobús en la parada, con las manos metidas en los bolsillos de su largo abrigo. Miraba hacia la noche, esperándolo llegar. De cuando en cuando comprobaba la hora; temía haber llegado demasiado tarde, que hubiera pasado el último y tener que volver andando. Había una buena hora de camino hasta su casa.
Se le acercó un chico. Tendría unos veinte años aproximadamente, el pelo oscuro, corto, peinado hacia atrás, y vestía una chaqueta de pana oscura.
-Perdona, ¿sabes que autobús tengo que coger para ir al centro?
-Claro-respondió él-La línea treinta y siete te deja cerca.
-Gracias.
En un principio el chico se quedó quieto; después se apartó un paso hacia el lado. Tom le miró de reojo. Estaba demasiado cerca; no le gustaba. Se apartó un poco, y el chico hizo lo mismo, yendo al otro extremo de la parada. Eso estaba mejor.
El chico iba y venía, caminando de un lado a otro, acercándose a él y alejándose. Cada vez Tom estaba más y más nervioso. Por suerte, su autobús, la línea uno, acabó llegando. Él subiría, y el otro se quedaría allí.
Para su sorpresa, el chico de la chaqueta de pana le siguió, subiendo al vehículo tras él. Tom se retrasó adrede guardando la tarjeta de viajes en la cartera mientras aquel se sentaba; eligió un asiento alejado de él. Suspiró aliviado.
El vehículo hizo su recorrido velozmente, atravesando la noche con rapidez. Había poco tráfico, por lo que tardó muy poco. Tom se quedó adormilado.
Al cabo de media hora, cerca de su casa, pulsó el botón de parada. Se levantó, cansado, deseoso de llegar y tumbarse en la cama. Y vio con sorpresa que el chico que había estado antes en la parada también se había levantado, y estaba junto a él. Le miraba de forma extraña, tanto que Tom pensó si debía quedarse en el vehículo. Sin embargo se apeó, no queriendo darle importancia al asunto.
El chico le seguía. Estaba tomando todas las calles que él tomaba, siguiéndole a una respetable distancia. Tom estaba cada vez más y más nervioso. Aceleró. Cuando estaba a veinte metros del portal de su casa, empezó a rebuscar es sus bolsillos, intentando sacar las llaves.
No estaban. Se quedó ante la puerta, buscando las llaves, sin encontrarlas. Las había perdido, oh dios, las había perdido.
Se volvió. El chico estaba detrás de él, a cinco metros, quieto. Mirándole.
-¿Qué haces?-le espetó el chico, con el ceño fruncido.
Tom se apartó un par de pasos.
-¿Por qué me sigues?-dijo.
-¿Qué?-le respondió aquel.
Tom sacó las manos de los bolsillos.
-Me has seguido-dijo.
-Tú me has seguido-respondió aquel.
Tom arrugó el ceño.
-Voy a llamar a la policía-dijo.
-Bien-respondió el chico-Llámales. Y explícales por que me estás esperando en la puerta de mi casa.
Tom inclinó la cabeza, extrañado. Sin saber bien por qué, se miró en la luna del coche más cercano.
Vestía una chaqueta de pana, y tenía el pelo oscuro corto, peinado hacia atrás. Se volvió hacia el hombre del abrigo largo y el pelo rizado.
Pestañeó, sorprendido.

martes, 7 de diciembre de 2010

Conseguir lo que se desea

El techo de cristal está roto, y sobre mi cabeza oigo el golpear de la lluvia. La habitación está encharcada, cada vez más.
El señor Oso se acerca a mí y me dice que no llore, que todo está bien. No le creo. Si todo estuviera bien el techo no estaría roto, y mis piernas no estarían empapadas hasta las rodillas. Miento al señor Oso; le digo que le creo y que esperaré allí como me ha dicho. Mientras, busco una salida.
Si miro por el balcón puedo ver la ciudad azulada, cubierta por las nubes y lluvia. Los rayos y truenos me hacen encoger, pero el señor Oso me da ánimos. Dice que dentro de poco acabará todo. Me da su sonrisa más tranquilizadora y me abraza; es blandito y suave, y me hace sentir un poco mejor, pero ya sé que no puedo confiar en él. En cuanto pueda tengo que escapar.
Me acerco a la escalera y lanzo una mirada. Papá y mamá están en el sofá, tal como el señor Oso y sus amigos les dejaron. La cabeza de mamá está algo aplastada, y los ojos en blanco de papá me dan miedo, así que dejo de mirar. El piso de abajo está a oscuras y no quiero bajar.
Oigo un ruido más fuerte que los truenos, que retumba por toda la casa. Es un zumbido que hace que vibren los cristales del techo y que algunos de los que están rotos se suelten y caigan, llenando los charcos de pedazos afilados y transparentes como hielo. Al mirar arriba veo el gran disco, flotando. Al mirar hacia el balcón veo que toda la ciudad está cubierta de discos iguales.
Ahora sé que el señor Oso no me mentía. Siempre me había dicho la verdad. Le sonrió y le tomo de la mano; él me guía el resto del camino.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Baja por enfermedad

Siento tener que decir que durante unos dias no habrá actualizaciones en el blog; me he puesto enfermo y tengo que quedarme en cama. Espero estar bien para el Miércoles, no me gusta estar sin escribir.
¡Volveré!

viernes, 26 de noviembre de 2010

Tempus fugit

Era una ciudad pequeña, en la llanura. Había ido creciendo a lo largo de los años, creciendo, cambiando. En un principio solo habían sido pequeñas casas, bajas y de piedra. Con el tiempo fueron creciendo, hasta llegar a los altos edificios de hormigón armado, las fachadas de cristal y las calles llenas de coches.
El humo era el elemento que se respiraba, y los tubos no cesaban de expulsarlo, noche y día. La gente caminaba por las calles feliz, feliz de estar cubierta por la nube negra, feliz. Iban de un lado a otro, ajetreados.
Al ver la ciudad desde otra perspectiva, una perspectiva mayor, vemos que es como una flor en el desierto. La flor primero echa el brote y crece velozmente, desarrollando el tallo. Un tallo como una mancha grande y oscura. A continuación brotan las hojas; pequeños parques que salpican la vista aquí y allá.
Luego los edificios crecen. Se hacen más y más altos. Poco a poco la ciudad se llena de ellos.
Lentamente, la ciudad envejece, madura. Cada vez los edificios están más oscuros, más viejos. Las noches han cambiado; las constelaciones son distintas. Los edificios se derrumban, y allí donde antes había casas y parques, ahora solo hay ruinas.
El tiempo pasa, y las montañas se levantan del suelo entre una intensa polvareda. Los restos de la ciudad desaparecen entre el magma hirviente, y el planeta hace borrón y cuenta nueva.

jueves, 25 de noviembre de 2010

La caída

Estaba en el borde del agujero. Miró hacia aquel pozo infinito, indeciso.
Detrás de él esperaba una fila, una larga, larga fila. Había pasado treinta minutos en la cola, esperando. Cada uno caminaba despacio, primero pasando la línea azul, luego la roja y por fin la negra.
Le quedaban treinta segundos.
En la línea azul uno tenía que empezar a ponerse el traje. Tenía que meter los brazos y las piernas en el mono blanco, y preparar los cierres. 
Veinte segundos.
En la línea roja había que colocarse el casco y comprobar los sellos.
Diez segundos.
En la línea negra se volvía a comprobar todo. Un error sería fatal.
El suelo bajo sus pies vibró, y la compuerta se abrió, dejándole caer hacia las profundidades de la tierra. Sintió un ligero desaceleramiento nada más atravesar el campo de vacío; ahora estaba en la zona sin fricción, por lo que se aceleraría indefinidamente hasta alcanzar el núcleo.
A su alrededor, la oscuridad comenzó a disiparse. Lentamente estaba dejando atrás la corteza; el magma se arremolinaba a su alrededor, pero era imposible captar detalles. Aparte de la velocidad, su cuerpo estaba sufriendo fuertes náuseas producto de la aceleración constante.
Siguió cayendo. De vez en cuando los estabilizadores magnéticos del traje le devolvían al centro del túnel; el planeta seguía girando y él caía en línea recta. Eventualmente debía haber chocado contra las paredes, haciendo arder el traje por la fricción. La idea le daba escalofríos.
El tiempo se arrastraba lentamente, y él no podía hacer nada. Ni leer, ni beber, ni nada. En el interior del traje, la bolsa automática de vómitos se mantenía plegada, pero el indicador señalaba que la desaceleración empezaría dentro de no mucho. Ese era el momento que más temía; el momento de las náuseas.
El túnel no pasaba por el centro exacto de la Tierra; se desviaba un puñado de kilómetros para esquivar el núcleo. Pudo ver el indicador del traje, marcando con un parpadeo el momento decisivo. Ahora empezaba lo peor.
No era como el frenazo de un coche, porque lo que le paraba no era el respaldo del asiento, sino él mismo. Era él el que desaceleraba. Odiaba la sensación.
Tras unos minutos interminables, durante los que estuvo deseando accionar el pulsador de palma para desplegar la bolsa para vomitar, vio como el indicador de llegada se encendía. En efecto, la luminosidad estaba desapareciendo. Se iba sumiendo en las tinieblas, pero sabía que dentro de poco llegaría.
Cuando salió del túnel era de noche. El campo de desaceleración se activó en cuanto salió disparado del agujero; el destino se encontraba más cerca del núcleo magnético que la salida. Así se evitaba el movimiento armónico simple, decían. Si estuvieran a la misma distancia, al llegar al punto de salida se tendría aceleración cero, por lo que se volvería a caer infinitamente. Nada agradable.
El tubo de redirección le llevó al hangar de salidas.
Mientras se quitaba el equipo vio como un hombre, un señor japonés vestido con traje, se acercaba con un cartel en el que se anunciaba el nombre de su empresa.
-Señor Van Eyck-saludó. En su voz no había rastro de acento-La Corporación Motoyama le da la bienvenida. Espero que haya sido un viaje agradable.
-Sin querer faltarle al respeto, la próxima vez preferiría venir en avión. No me importa tardar doce horas si puedo evitar volver a meterme ahí.
-Por supuesto, señor Van Eyck.-sonrió el hombre-Es solo que el asunto es de la máxima importancia. Requerimos su presencia inmediata. Acompáñeme, por favor.
Van Eyck resopló, pero le siguió.
Dios, como odiaba a aquellos tipos.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hojas húmedas y pisadas ligeras

Corría por un bosque en sombra, una penumbra verdosa que escapaba por debajo de las hojas de los árboles. El penetrante olor a humedad y madera en descomposición lo inundaba todo. La cabeza le retumbaba cada vez que sus pies entraban en contacto con el suelo; apoyaba el pie en una rama, saltaba, y seguía corriendo.
Trepó por un monte musgoso, impulsándose con las manos para no perder velocidad en la subida, aferrandose a las rocas y a los salientes. Cuando llegó a la cima siguió corriendo, esta vez cuesta abajo, aterrizando de puntillas, con las rodillas flexionadas cada vez que daba un salto. Con cada salto ganaba terreno.
Volvió a hundirse en las sombras del bosque. A veces tenía que correr a cuatro patas; las ramas más bajas de los árboles le azotaban la cara, pero tenía que seguir corriendo.No tenía objetivo. El objetivo era correr, correr hasta que se le rompieran los músculos y no pudiera mas. La salvaje carrera se prolongó durante dos días con sus noches.
Ya ni siquiera recordaba de dónde venía aquel dolor que le había impulsado a empezar. Solo sabía que debía seguir corriendo.

martes, 23 de noviembre de 2010

Tiempos modernos, necesidades antiguas

Me revolví y la miré a los ojos. Estaban desencajados de horror, pero no solamente eso; también había algo más.
Decepción.
-¡Hueles fatal!
Últimaménte les da por decir eso, y que me entierren en un cruce si lo comprendo. Además, hace que la situación pierda parte de su encanto.
-A tumba, querida. A tumba.-susurré mientras me inclinaba sobre ella.
-Tienes las manos frías, eso si que es cierto-murmuró mientras la tocaba por debajo de la camiseta-Pero tienes un color muy raro. No es solo pálido, es como...
-...como un muerto, ya lo sé-completé.
Aulló y se revolvió como una bestia cuando le clavé los colmillos. Esa parte siempre me hacía reir.
-¡Bestia!-gritó, apartándome y tapándose la herida-¡No debería doler! ¡Debería ser como...como una experiencia ultraterrena!
¿Pero que esperaba? Le había acuchillado la piel del cuello; lo normal es que duela. En estas situaciones es cuando comienzo a perder el dominio de mí mismo. Es en ese momento cuando la situación realmente se desmadra, porque pierdo todo control sobre mí mismo. La cosa empeora si es de día, porque entonces empiezan con esa tontería de la piel con brillantes o purpurina o yo que sé, y ahí si que lo pierdo.
¿Qué sentido tiene todo este asunto, me pregunto yo, si lo más importante es la ropa de marca y que la piel te brille? Francamente escapa a mi comprensión. No me gusta nada como están cambiando las cosas en los últimos tiempos. Francamente, me saca de mis casillas.
Y de ahí el lío. La chica me dijo lo de la experiencia ultraterrena esa y que le había mentido; que no era de verdad, que era un chiflado con mucho tiempo libre y que los "verdaderos" me darían de lo lindo. Ya no me pude aguantar más; por eso la corté en aquellos trozos tan pequeños. Era demasiado tonta como para dejarla ir.
Se que el Consejo está de los nervios, y me parece bien. La situación se nos está yendo de las manos y cada vez hay más de nosotros que pierden los nervios por este tipo de comentarios.
Sencillamente, creo que estas sesiones de terapia para vampiros son demasiado. Sobre todo si no nos invita a entrar.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Un interciso ortográfico

No suelo hacer este tipo de entradas; al fin y al cabo la premisa principal de este blog es relatos y creación artística. Sin embargo, tengo que publicar esto en algún sitio, antes de que la sucesión de faltas de ortografía acumuladas provoquen una reacción y finalmente mi cerebro, sin poder soportarlo más, implosione.
No me extenderé. Solo diré que esta pequeña joya la encontré en la sección de comentarios de la página web Seriesyonkis.com, en respuesta a un comentario que decía "no te funciona la letra "b", aegen333?". Ahí va. Recomiendo que se quiten las gafas antes de empezar; los cristales podrían romperse de puro horror.


aegen333
Comentado el 2009-09-24 20:51:07.
Klaro que no gregory no a kien se le akurrio inventar letraz ke dizen lo mizmo y la vrdad yo eztoi tratando de uzar solo laz letraz vazikas al ezkrivir kozaz azi por el eztilo
zalu2

En fin, imagino que este visionario (pues su único interés es optimizar al máximo la lengua española) recibirá en breve todo el reconocimiento que merece, y podrá sentarse en la Real Academia en premio a sus logros. Porque las palabras homófonas, las reglas gramaticales y las diferencias fonéticas, eso es para nenazas, ¿verdad?
Sé que esto no es lo peor que Internet puede darnos (a veces pienso que algunos deben entrenar duro cada día para escribir de la manera en la que lo hacen, teniendo en cuenta que la www está llena de ejemplos de texto bien escrito), pero la visión de libros en los estantes de las librerías, en los que ponga:
AEGEN333
1 nueva grmatika d l lnga
ha hecho que me estremezca de pavor.
Mañana habrá más relatos.

p.d: Y si alguno tiene faltas de ortografía, no me odieis.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Pasos en la niebla

La calle estaba silenciosa y cubierta por la niebla. Apenas se veía con claridad; tan solo el resplandor ténue de las farolas, iluminando las calles. Los jirones de niebla de enroscaban bajo los haces de luz, girando léntamente, caleidoscópicamente.
Estaba muy, muy quieta, mirando por todas partes. Le había parecido oír un ruido de pasos apresurados, pero pronto se habían desvanecido. Quien quiera que fuera estaba por ahí, en algún sitio, esperando. Acechando.
Dio unos pasos al frente, cada vez más asustada. No sabía de dónde podía venir aquel ruido y eso la tenía realmente preocupada. Salió un poco más, cuidando de no ponerse en el paso de los coches.
Entonces oyó un grito, y echó a correr. Se subió al bordillo de un salto y siguió corriendo, alejandose en la niebla.
Atrás dejaba a un chico asustado, que había dado un grito al ver aquella rata tan gorda corriendo entre la niebla.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Un soñador

Volvía a tener el mismo sueño.
Se levantaba a las seis y media de la mañana y desayunaba una tostada y un café. Después, bien vestido y arreglado, montaba en su coche y se dirigía al edificio gris. Allí saludaba a los mismos compañeros de trabajo y gastaba un par de bromas malas, y otro par de mal gusto. Entonces se dirigía a su escritorio; empezaba organizando los papeles en montones. Luego comenzaba el trabajo de rellenar los impresos, asegurarse de que todo estaba bien y mandar los pliegos a Archivos. A media mañana salía con sus compañeros a desayunar; como siempre, la camarera le sonreía debilmente, pero él era demasiado cobarde como para responder.
Una vez acabado el desayuno volvía al trabajo. Papeles y más papeles. Tras cumplir sus horas, volvía a casa. Se quitaba el traje, se ponía sus zapatillas y pasaba un rato agradable almorzando mientras veía la tele. Después veía la tele un poco más, jugaba un poco a los videojuegos, navegaba por internet y cenaba. Después se lavaba los dientes y suspiraba, cansado. Se metía en la cama, y esperaba a que las sábanas se calentaran para cerrar los ojos.
Y entonces despertaba.
Era curioso, porque mientras estaba en el sueño todo le parecía normal. Era cuando se despertaba que se percataba de su irrealidad.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Cabin fever

La estática del aparato era insoportable. El altavoz zumbaba cada diez segundos, aproximadamente, produciendo un ruido vibrante que se desvanecía rápidamente. Sin embargo, se repetía y se repetía. Había probado a moverlo, a golpearlo, a cambiarlo de posición, sin resultados. El altavoz seguía, una y otra vez, emitiendo el mismo sonido.
La soledad de la estación se volvía desesperante. Desde la cocina podía oír el ruido de aquel altavoz, reverberando una y otra vez.Quería acuchillarlo, destrozarlo, pero no podía hacer nada.
El problema había comenzado hacía quince días. Su compañero, Eric, había sufrido un ataque repentino; había cortado todas las comunicaciones con la base y había destrozado el equipo de la sala de mediciones. Después había ido a su habitación, y le había hecho despertar con el sonido de un hacha, chunk, hincándose junto a su cabeza. Él había tenido que hacerse cargo de toda la situación. Para empezar, Eric no provocaría más daños.
Había tenido suerte; su compañero de cautiverio había olvidado destrozar los repuestos. Pudo arreglarlo todo menos el sistema emisor, y ese era el verdadero problema; era imposible mandar un equipo hasta allí en menos de un mes. Además, dado que los informes se enviaban cada quince días, tardarían mucho en alarmarse por la falta de señal. De hecho si no entregaban el informe puntualmente no pasaba nada; todos eran conscientes de que las emisiones tenían que mantenerse al mínimo. Era esencial.
Ahora llevaba quince días solo en aquella cápsula de suelos de moqueta y paredes de cemento revestidas de madera, y creía que el mundo se le iba a caer encima. Aunque Eric había estado pirado le había dado compañía, y eso había estado bien. Ahora solo tenía silencio, mucho silencio. Contemplar los medidores y apuntar.
Aunque era absurdo, a veces entraba en la cámara frigorífica y hablaba con Eric. Se sentía mejor, aunque había tenido que ponerle una bolsa de plástico tapándole el cuello. La herida, por congelada que estuviera, le molestaba. Mientras hablaba con Eric, recordaba las charlas que había tenido con él.
Al joven no le había gustado su trabajo. Consideraba que estaban entrometiéndose en las vidas de los nativos. Habían tenido incluso un par de peleas al respecto. Él siempre le había respondido lo mismo:
-¿Sabes qué decía mi padre? Fumar puede matar, chico. Y con eso-entonces le dedicaba su mejor sonrisa-quería decir; si no prestas atención cuando te advierten, peor para ti. Sabías a qué veníamos, no vengas ahora con tonterías.
Eric no había soportado la presión, pero ¿a quién le importaba? Aún le quedaban como mínimo quince días en aquel búnker, sin más compañía que la de un cadáver y sin mas entretenimiento que el de contar los crujidos de estática de un altavoz. Eso y mirar los medidores.
Según habían podido averiguar las sondas camufladas en superficie, la población indígena se dividía en pequeñas aldeas, que mantenían pobres vínculos comerciales entre sí. Gente estúpida y analfabeta, sin apenas servicios médicos.
Le quedaban quince días, pero realmente no importaba; habían conseguido toda la información que necesitaban. En menos de dos meses la corporación lanzaría las bombas de gripe; la población que consiguiera sobrevivir sería mano de obra en las minas y campos, y él podría largarse de una vez de aquel asqueroso planetucho.
Golpeó el altavoz con el canto de la mano y suspiró. Iba a ser una espera muy, muy larga.

martes, 16 de noviembre de 2010

Dejá vu, o ya visto

El tubo era rojo. Rojo, ancho, rematado por una rejilla metálica. Sin tiempo para pensar, Adolfo separó la reja y se coló por la abertura.
El agujero era estrecho, pero podía pasar; el problema era que sus perseguidores también podrían hacerlo. Estaba solo, lejos de casa, muerto de frío y de sueño, pero no podía permitirse un momento de descanso. Se arrastró por el interior resbaladizo y oscuro. Al fondo del todo se veía una luz fría, como de fluorescente. Quizás allí hubiera alguien. Quizás podría salvarse. Aceleró la marcha.
A sus espaldas volvía a oirse aquel ruido, aquel repiquetear. Estaba cerca. Estaba muy cerca del final. Veía otra reja; al otro lado estaba la cocina del bar de carretera. Caería desde la altura del techo, pero qué importaba. Lo contaría todo; cómo sus padres le dejaron en aquel campamento de verano, el tiempo que había pasado allí, como la disciplina había acabado relajandose...hasta que todo se vino abajo.
No tuvo tiempo a más. Notó como le trepaban por la espalda, y el tacto pegajoso de la cinta adhesiva.
Debía haberme lavado los dientes, pensó mientras la risa comenzaba a llenar su mente.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Libro abierto, libro prestado

En aquel momento a Miguel le hubiera gustado que ella pudiera leer sus pensamientos. Le ahorraría mucho trabajo y mucha vergüenza. Claro que entonces no le daría miedo hablarle, sino estar a su alrededor. Y eso no le habría gustado. Se acercó a donde estaba Clara. Ella estaba sentada, leyendo en el poyete de la rampa, en el patio. Cuando el chico se acerco, Clara
(está guapisima, me encanta cuando el pelo le cae sobre la mejilla de esa manera)
le sonrió.
-¿Qué tal, Miguel?
-Muy bien-intentaba no parecer demasiado nervioso, pero le costaba. No consiguió distinguir el título del libro, pero
(tengo que recomendarle aquel de K.Dick)
seguro que era muy interesante; siempre leía libros interesantes-¿Qué lees?
-Ursula K. Leguin-dijo ella, dejando el libro cerrado, con un dedo marcando la página por la que iba-Un poco deprimente, pero está bien.
-Que guai-sonrió-Oye, ¿que te parece si
(salimos juntos)
quedamos para tomar algo y dar una vuelta esta tarde?
Clara se rió, bastante nerviosa, y suspiró.
-Si, claro. Me parece estupendo.
-Genial. ¿A las seis en Plaza Nueva?
-Si, me viene bien. Y si quieres puedes traerme ese libro de Phillip K...

viernes, 12 de noviembre de 2010

La Primera Vez

Estoy en el asiento trasero de un coche. Estamos aparcados en el naranjal de Andreu; no esta vallado, y hemos podido entrar conduciendo por el camino de tierra. Las ventanillas están levantadas y estamos a oscuras; daría un poco de miedo si estuviera sola. O en otra situación.
-Venga, vamos-me dice él, acercándose un poco-Lo estás deseando.
Le sonrió en la oscuridad.
-Quiero hacerlo, pero...me da un poco de miedo.
Me doy cuenta de que la voz me ha temblado un poco; ha sido casi imperceptible, pero él tiene que haberlo notado.
-Lo entiendo, mi amor. Es normal-me acaricia la mejilla con su mano cálida-La primera vez siempre da un poco de miedo.
-Además...he oído cosas.
-¿Dónde? ¿Qué cosas?
-Bueno, he leido en Internet, sobre todo. Que...que puede no ser como espero que sea. Tengo muchas ganas, pero...-me muerdo el labio, suavemente-Pero no se si va a ir bien.
-Claro que va a ir bien. Tu solo sigueme. Yo te guío...
Se inclina sobre mí, besandome. Acerco mi cuerpo al suyo y le devuelvo el beso apasionadamente. Al cabo de un rato él se separa y sale del coche; abre el maletero y saca la bolsa. La bolsa y el cuchillo. El cuchillo me da un poco de miedo.
-Venga, sal.
Salgo, y nos alejamos unos cuantos pasos. Él saca de la bolsa un gallo, un inmenso gallo negro. Me tiende el cuchillo, sujetándolo por la hoja para que lo coja por el mango. Lo sostengo y, alzándolo hacia el cielo, repito las palabras que él me ha enseñado.
-Oh, padre Oscuro. Acepta esta ofrenda y recogeme en tu rebaño...

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cotidiano

Estaba subido en el arbol, y los muertos no cesaban de llegar.
Se había alejado un poco del grupo, internándose en el bosque para coger leña y, si las encontraba, raíces comestibles. Había estado utilizando su hachuela para cortar los maderos en trozos mas manejables; seguramente había sido eso lo que los había atraído. Una docena, moviendose juntos y apretados a través de las ramas. Eran recientes, por lo que se movían relativamente rápido. Nada mas verlos soltó la leña y echó a correr. Conocía las normas; deja lo que tengas entre manos y muévete. Ya tendrás tiempo luego.
Trepó a lo alto del árbol; estaba acostumbrado. Solo diez años sin servicio de podas y el bosque se estaba apoderando de todo; estaba seguro de que casi toda Europa era bosque ahora. Que trepar a los árboles era importante lo aprendieron pronto; las ardillas seguían vivas.
Hizo lo que tenía que hacer, lo que siempre funcionaba. Partió una rama cercana y la arrojó lo mas lejos que pudo; el sonido les atraería. Sin embargo no lo hizo. Estaba en lo alto de la rama y no podía salir. Empezó a entrarle el pánico.
Iba a morir allí. Los muertos no tenían prisa, y sus compañeros no tardarían en irse; si no volvía a tiempo era porque se lo había comido un muerto, eso lo sabían todos. Se pasó la mano por la cara, sudando. El estómago le empezaba a doler.
-Joder, piensa-siseó, muy débilmente. No quería atraer mas de ellos.
Entonces cerró los ojos y se concentró. Estaba en lo alto del árbol. Llevaba un cuchillo, como siempre, pero no la hachuela. Partió una rama de una patada; la quería larga y lo más húmeda posible, para que no se quebrara. Partió las ramitas secundarias con las manos; no necesitaba un trabajo perfecto.
Una vez hubo terminado cerró los ojos, soltó aire, y comenzó a cortar la madera. No quedaba mucho para el anochecer, pero no tenía que ponerse nervioso. Estar relajado era esencial para salir vivo. Talló una punta en un extremo de la rama; tosca pero útil. La miró. Parecía lo suficientemente afilada.
Inclinandose desde las alturas, destrozó las cabezas de los muertos.
-¡Joder, Toni!-le dijeron cuando llegó al campamento-¡Nos has dado un buen susto! Creíamos que no volverías.
-Yo también lo dudé, durante un rato-sonrió-¿Dónde dejo esta leña?

martes, 9 de noviembre de 2010

RetroFicción

-¡Detente, Murlack!-gritó el Capitán Rickson-¡Estoy apuntándote!
El novaltiano se volvió lentamente, alzando altivamente su gran frente. El desintegrador de neutrones del Capitán le apuntaba al torso, pero su expresión no cambió.
-Veo que ha conseguido usted llegar hasta aquí-su acento alienígena deformaba las vocales de una forma extraña-Pero por más que me apunte no conseguirá detenerme. Ya he dado la orden al Megacomputador. ¡La Tierra está perdida! ¡Despídase de su asqueroso planetoide azul!
El Capitán Rickson se abalanzó sobre él, golpeándole en la nuca con la culata del arma. Murlack cayó sin sentido. El Capitán cambió el fluctuador de potencia y manipuló el desconjuciador de éter; después aferró el micrófono y ladró la orden:
-¡Abortar!-rugió-¡Megacomputador, aborta el ataque!
Los díodos de la máquina tililaron, y los extraños controles se iluminaron de manera cambiante mientras el aparato procesaba la información. Al cabo de unos segundos surgió un ruido del altavoz; llegaba la contestación.
-Ataque a la Tierra anulado-la voz metálica reverberó en la habitación-Repito, ataque a la Tierra anulado.
El Capitán rugió de triunfo. A su lado, Murlack estaba saliendo de la inconsciencia.
-Se ha acabado, Murlack-Rickson sonrió confiadamente-Vuelva usted a Novalta y dígales que no les queremos por aquí.
Los ojos rojizos se encogieron, asustados. Después cobraron determinación. El malvado genio saltó sobre el Capitán, que disparó en un acto reflejo.
-¡Ieeeeeee!-aulló el alienígena mientras sus moléculas se consumían en el haz de luz. El rayo emitió un sonido agudo y parpadeante, hasta que no quedó nada.
El Capitán guardó la pistola en el cinto y miró alrededor. Era hora de salir de aquel lugar.
Fuera estaba la dulce y sensual Carmanina, esperándole preocupada.
-Eh, nena-dijo el Capitán, estrechandola entre sus fuertes brazos-¿Te preocupabas por mí?
-¡Oh, Rick! ¡Eres tan fuerte! ¡Eres tan valiente!
-Solo hago lo que un soldado terrícola tiene que hacer.
Sonrió, y sus dientes brillaron. Había salvado a la Tierra, una vez más.

La espera

Sentada en su mecedora, miraba por la ventana. El cielo rojizo se iba tornando añil, oscureciéndose cada vez más. Detrás se oía música de piano.
La línea de los árboles se recortaba nítidamente contra el cielo iluminado. Tenían las ramas peladas, como esqueletos, como garras que intentaban clavarse en las nubes y dejarlas atrapadas. Los pájaros empezaban a huír al sur. Ella miraba, esperando.
Se levantó de la mecedora y fue al salón, donde el reproductor de vinilos seguía emitiendo la música de Chopin. Retiró la aguja del plato y todo enmudeció. Era un día sin viento, ni una pizca de brisa. ¿Vendría aquel día? No era demasiado probable. Hacía demasiado que había dicho que volvería.
Se volvió al oír el golpetear en la ventana. Había una silueta detrás del vidrio. Una silueta alta, cubierta con ropas voluminosas. Ella se acercó casi corriendo y abrió la ventana.
Allí estaba, como siempre había sido. Sonreía, pero lo único que parecía vivo en su cara eran sus ojos. Chispeaban de felicidad.
Y de pronto, se cubrieron con la sombra de la incredulidad.
-¿Virginia?-dijo, inclinando la cabeza hacia un lado.
Ella sonrió, pasandole una mano por la cara. Estaba fría, pero no importaba.
-Si, soy yo. Llegas un poco tarde, pero no importa.
La expresión de incredulidad se mantuvo durante unos segundos, para ser sustituída por el arrepentimiento.
-Oh. Oh. Se...se me ha pasado el tiempo tan rápido...pensaba que solo habían sido un puñado de meses...
-No te preocupes. Mejor tarde que nunca-sonrió-Te he echado de menos.
Hubo una sonrisa azorada.
-Después de esto no se si me creerás, pero yo también. He pensado mucho en ti.
Se miraron. Ella le creía. Se preguntó por qué seguía allí fuera, con el frío que hacía. Entonces cayó en la cuenta.
-¡Oh, perdona! Se me había olvidado...-con un gesto sonriente le indicó que pasara-Puedes entrar.
-Lo haré por la puerta. Hace tiempo que no entro en una vivienda por la puerta.
Entró, y hablaron y hablaron. Hablaron durante toda la noche, hasta que el cielo comenzó a clarear.
-Tengo que cumplir mi promesa, ¿no?
-Solo si aún quieres-dijo ella-Se que los años han pasado, ya no soy como antes.
-Eso no cambia nada-sonrió.
Se inclinó hacia ella, abriendole la blusa. Le besó la línea de la mandíbula, le pasó la mano por el pelo. La besó.
Ella le abrazó, feliz. El dolor punzante atravesó su pecho y sintió como el mundo empezaba a desvanecerse. Pronto caería inconsciente, pero no importaba.
Quedaban muchas, muchas noches por delante.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Problema capilar

¿Qué quiere que diga? No es culpa mía. Este tipo de cosas ocurren sin venir a cuento. Repito, no tengo la culpa.
¿En un principio? Lo noté por lo más evidente. Tanto en el lavabo como en las hombreras de las chaquetas, no paraba de encontrar pelo. Mi propio pelo. Al barrer la casa se formaban gigantescas pelusas de tono oscuro.
No lo podía creer, a mi edad. ¡Quiero decir, tengo veinticinco años! Empecé a informarme sobre el tema. Lo poco que conocía lo sabía por las películas, ya ve. A medida que iba leyendo libros y ahondando, me enteré de que a mucha gente le ocurría con mi edad. Suena increíble, pero es cierto.
El mayor problema es tener que ir ocultándolo. La gente...bueno, decir que le miran a uno mal es quedarse corto, ya sabe. Hay que vigilar, y sobre todo no dejar que el pelo lo llene todo.
Comprenderá que este secreto no es uno que pueda usted divulgar. Ya, entiendo perfectamente. Sin embargo, no puedo confíar en su palabra. Lo siento.
No me mire así. Es culpa suya por venir precisamente en luna llena.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Ocurrió en un día de verano


Era un día caluroso de verano. Estaba tumbada bajo el ventilador, en la cama, con la habitación sumida en una agradable penumbra, sudando. Estaban a veintitantos de Julio; la mayor parte de la gente de la ciudad estaba en otro sitio, refrescándose en el mar o en las montañas. Le gustaba decirse a sí misma que solo los fieles se quedaban.
El ruido la hizo incorporarse. Era un arañar tenue. Se levantó, intranquila pese a lo plácido del ambiente. Recordaba lo que había ocurrido el año anterior sobre aquella fecha; lo recordaba muy bien. Aún seguía pagando las reparaciones que el edificio había requerido.
Se levantó con lentitud, pero los muelles de la cama le traicionaron y rechinaron fuertemente, como una risa imposible de contener. Miró la cama con enfado y tomó el bate de beisbol. No jugaba al beisbol, pero había comprado el bate después de lo del año pasado; y lo llevaba por toda la casa, estuviera en la habitación que estuviera. Necesitaba sentirse protegida.
Mientras caminaba por el salón era consciente de lo ridícula que estaba; cubierta solo con ropa interior y una camiseta, sudando a goterones y sujetando un bate de aluminio con las dos manos. Bueno, la otra vez se asustaron cuando cogió el cuchillo; quizás podría echarlos con aquello otro.
Pegó el cuerpo a la pared junto a la puerta de la cocina. El sonido de arañar era más fuerte, y provenía claramente de dentro. Tomó aire profundamente y entró, zarandeando el bate y gritando:
-¡Salid de mi cocina, putos alienígenas!
El gatito respondió con un maullido.

Las caras del doctor Lenoir

Como prometí que haría, aquí están los primeros dibujos que hice del Doctor Lenoir. Como es comprensible no solo aparece el buen Doctor; hay más dibujos en las páginas. Sin embargo siempre es fácil distinguirlo, con su bombín o su mirada agria.
En la primera imagen, abajo a la derecha, está la primera de todas las representaciones.














































viernes, 5 de noviembre de 2010

El sueño del Hombre de la Barba

Hace tiempo, al escribir el artículo sobre la tumba del Doctor Lenoir, comenté algo acerca de la inspiración en el retrato del Doctor. Dije que era un personaje sobre el que había soñado una vez; el Hombre de la Barba, lo llamo. Es un personaje que me produce un miedo bastante irracional, sobre todo teniendo en cuenta que solo lo he visto un par de veces en sueños. 
La historia comienza fuera del mundo de los sueños, y tiene lugar hace ocho años, aproximadamente. Era un día como otro cualquiera; había quedado con mis amigos Carlos y Juan Luis (por aquel entonces aún nos juntabamos con este último) y estabamos dando un paseo por el centro. Cansados y algo aburridos nos dirigíamos a mi casa. Ya muy cerca nos metimos por una calle pequeña, llamada La María, que me gusta porque casi nadie pasa por ella; por aquel entonces tenía a ambos lados un almacén abandonado y un descampado donde hasta hacía poco había habido casas.
Estabamos charlando, hablando de videojuegos y comics, y de pronto, cerca del final de la calle, me paré en seco. Di un par de pasos atrás y me agaché; había un charco de aceite de motor en el suelo. Y al fijarme bien, me di cuenta de que había un collar de plata en el centro del mismo, manchado y negro. Lo que es curioso de este asunto (si no, no sería necesario contarlo) es que no se en qué estaba pensando cuando me paré y caminé hacia atrás, pero se que no había visto el collar. Fue una cosa bastante extraña.
El asunto es que me quedé con el collar; lo limpié a conciencia y lo dejé sobre la mesa. No era un collar muy raro; como no se muy bien cómo describirlo, subiré una foto.

Supongo que seguía dandole vueltas a lo que había pasado, y de ahí viene el sueño. Tiene cosas que son cláramente oníricas, como el hecho de que pueda manipular metales en mi casa, pero a partir de la mitad se me antojó realmente vívido.

Estoy en mi casa, en mi habitación. Tengo el collar en las manos y lo miro; siento que hay algo dentro, una presencia femenina que no sé definir. Tomo el collar y hierro y otros metales, y los fundo; con el metal líquido forjo una cuchilla larga y curva. La cuchilla la uno a un palo largo, formando así una especie de lanza. Pienso en que tengo que pulir el metal y limpiarlo de impurezas, así que voy a la cocina. Froto y froto el metal, hasta que queda liso y brillante, casi como un espejo.
Cuando levanto la hoja para admirar el reflejo, lo veo.
Por encima de mi hombro, en el reflejo, puedo ver la puerta de la despensa, abierta. Dentro está un hombre en la cuarentena, vestido con un traje de pana marrón. Tiene el pelo negro y una barba corta pero densa y los ojos rojos, y sonríe de una forma escalofriante. Tengo la sensación de que tiene los dientes afilados como un tiburón, pero no consigo verlo. 
Con un sobresalto me vuelvo y miro la despensa. No hay nadie. Extrañado, levanto la cuchilla y vuelvo a mirar el reflejo. Ahora el hombre de la barba ya no está en la despensa; está justo a mi espalda y tiene la cabeza apoyada en mi hombro. Me está mirando con sus ojos rojos, y su sonrisa da mucho, mucho miedo. Me aparto de un salto, pero entonces me doy cuenta de lo que he hecho; los fantasmas de la casa ahora pueden tocarme, por culpa del collar y de la cuchilla pulida. Se que en el cuarto de baño está la chica desnuda con el cuerpo lleno de cortes, y en todas las habitaciones hay más. En mi cuarto está la niña pequeña del vestido blanco, que es la única que no quiere hacerme daño, así que me encierro con ella. Tengo miedo y ella también, porque sé que el hombre de la barba pertenece a mi habitación; antiguamente la despensa era parte de mi cuarto, pero ahora hay un tabique que los separa. El hombre de la barba quiere entrar en mi cuarto y está muy, muy enfadado.

Al despertar cogí el collar y lo metí en un cajón. Aún lo tengo guardado por ahí.
Como podeis ver, la historia del Hombre de la Barba no es nada del otro mundo. Sin embargo, el Hombre de la Barba si que daba miedo. Sobre todo la forma en la que sonreía. He intentado dibujar o describir esa sonrisa, pero no lo consigo. Como detalle curioso, en mi primer libro "Tierra bajo el sol oscuro" el personaje de Atas a veces sonríe de una forma muy extraña. De aquí es de donde viene esa sonrisa, del Hombre de la Barba.
En breve, bocetos del doctor Lenoir, para que le podais poner cara.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Banda de Moebius

En su mente solo veía una y otra vez la misma imagen; el cuchillo girando en el suelo de marmol, ensangrentado. Giraba sobre la empuñadura, una y otra vez, y cada vez iba más rápido.
Una y otra vez, aquel filo refulgiendo en la luz soñolienta y dorada. Una y otra vez el mango nacarado, rojizo.
El cuchillo volaba por la habitación, aferrandose a la mano de un joven vestido con chaqueta, con el pelo engominado revuelto, que miraba alrededor con expresión ávida y demente. Miraba hacia la puerta, de la que se alejaron las luces. Avanzó por la habitación, acercandose a la chica. La chica tenía un agujero, un agujero por el que entraba la sangre, espesa y roja, un agujero que estuvo abierto hasta que el chico lo taponó con el cuchillo. Toda la sangre estaba ya en el interior, y el chico pudo sacar el cuchillo. La muchacha le miraba la mano, asustada. El joven se alejó de espaldas, a grandes zancadas.
La muchacha se volvió de espaldas, contemplando soñadora el patio del instituto. Era el final del curso, un curso con sus partes buenas y sus partes malas. Un curso que ya terminaba. Escuchó un ruido detrás de ella; pasos chirriantes sobre el suelo de mármol. Al volverse contempló con horror el cuchillo. El chico lo hundió en su estómago y se apartó. Alguien venía por el pasillo, y el joven dejó caer el arma. De la herida manaba un chorro de sangre. Cayó al suelo, horrorizada. Miraba al frente; el cuchillo giraba y giraba.
En su mente solo veía una y otra vez la misma imagen.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La Intersección

Sin aliento, realmente exausto, llegó a la Intersección. Era exactamente como la recordaba su memoria infantil, un cruce de autovías y carreteras, una flor de asfalto que se elevaba, solitaria, sobre el parque. En el cesped cortado la gente charlaba, tranquila, sin prestarle atención.
Él reemprendió la marcha, acercándose a los gigantescos pilares. Cuando estaba a punto de perderse bajo ellos, oyó una voz, una voz potente que llegaba desde atrás.
-¡Charles!
Reconoció la voz. Seguido de un regimiento de camiones, coches y helicopteros, estaba Samuel Gray, aquel sabueso del FBI que había estado siguiéndole el rastro desde hacía meses. Estaba allí, mirándole fijamente con sus ojos grises, penetrantes, mas parecidos a monedas de plata que a iris humanos.
-¡Quieto donde estás!-aulló, y Charles creyó notar un deje de desesperación en su voz.
-Déjelo-la voz de Charles sonaba asustada, pero no gritaba-Sabe que se ha acabado.
-¡No se ha acabado, maldita sea!
-Si-Charles dio un par de pasos hacia la intersección, distraidamente, como si no fuera a ningún sitio en particular-Claro que se ha acabado, señor Gray. He llegado hasta aquí. Ya no hay mas que hacer.
Gray parecía al borde de un ataque de nervios.
-¡No se le ocurra entrar ahí!
-¿Por qué no?-dijo Charles, caminando de espaldas, sonriendo-Es la salida. La he buscado por todas partes, y por fin la he encontrado.
Gray estaba aterrado. No podía creer que aquello estuviera pasando. Aquella construcción, aquel ramillete apretado de vías, no estaba la noche anterior. Seguramente no estaría al día siguiente.
-¿Leía cuentos de pequeño, Gray? En los cuentos muchas cosas son así. Solo están por casualidad, durante un rato, justamente cuando pasabas por allí. No le tenga miedo; solo es la salida. La Intersección. Pasaré y nunca volvera a verme.
Los dientes del agente chirriaron, y, en un arranque de locura, ordenó fuego.
Charles desapareció entre las columnas, y cuando buscaron no encontraron nada. Al volver al día siguiente para reanudar la busqueda, ya no había columnas. No había Intersección.
En otro sitio, en otro universo, Charles dejó atrás la Intersección. Por fin era libre.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Eso

Está ahí, mirándome. Puedo estar sentado, mirando por la ventana, escuchando música, pero noto su mirada clavada en mí, llamándome, atrayéndome.
Se que cuando mire en su interior veré el terror, un terror que durará mucho, mucho tiempo; sin embargo me acerco. Estoy dudando. Hago como si no le prestara atención, como si estuviera pensando en algo más importante, pero yo sé y el sabe que solo tengo pensamientos para él. Me levanto, inquieto, y voy a la cocina; caliento agua y me preparo un té. Lo bebo caliente, casi quemando, en sorbos rápidos y nerviosos. La inquietud me corroe, y no se cuanto aguantaré.
No mucho, por lo que creo. Incluso desde el sillón, desde el salón, me atrae su canto de sirena.
Sin poder resistirme más tiempo, me levanto bruscamente, prácticamente corro a su encuentro. Lo arrastro hasta el sillón, sintiendo la carga de su peso en mis brazos. Me dejó caer, y golpea sonoramente mis rodillas.
Nos miramos fijamente.
Con un movimiento rápido lo abro por el marcapáginas. Este Stephen King tiene un algo...

domingo, 31 de octubre de 2010

Halloween

Las calles estaban a rebosar de gente, figuras enmascaradas, pintadas, disfrazadas, o sencillamente con una peluca y ganas de fiesta. En el pequeño pueblo de Villanueva de las Tumbas se celebraba la Noche de los Muertos como en ningún otro sitio en España. La localidad, pequeña, estaba desierta el resto del año, pero la semana previa a la festividad se llenaba de gente y de expectación.
A Gustavo, hombre ya en la cuarentena, residente a perpetua del minúsculo pueblo, todo aquello le sabía a prostitución barata. Hacía quince años el alcalde de por entonces había asociado la festividad norteamericana con el nombre del lugar, y había llegado a la conclusión de que la gente se sentiría atraída. Había montado un primer Festival de Halloween con escaso presupuesto pero sorprendente afluencia; muchos chicos de la ciudad habían ido a ver como estaba el asunto, y les había gustado. Al año siguiente el publico se había multiplicado por dos; al siguiente por cuatro. Al quinto año la fiesta no se limitaba a unas calles; todo el municipio participaba. Eran fiestas, jolgorio, bebidas y terror a medianoche.
-Es una puta americanada-murmuraba Gustavo, encerrado en su casa. Odiaba aquello; odiaba a los tontos que se disfrazaban, a los crios que no paraban de tocar a la puerta para que les llenaran las bolsas de caramelos, incluso odiaba a sus vecinos, que se unían incondicionalmente a la fiesta.
Era una plaga. Nadie iría al cementerio al día siguiente; estarían de resaca. Maldito sea el Festival y maldita sea la Noche de Halloween.
Cuando ya era tarde y los únicos que quedaban en pie eran los muy borrachos y los críos, Gustavo daba un paseo por los alrededores del cementerio. Le gustaba caminar por allí ese día; era una forma de decirse que lo importante estaba allí debajo, oculto por las losas. Rondaba alrededor de la alta verja de hierro oxidado, como un perro de caza.
Estaba mirando a la gente que caminaba por allí cerca cuando la vio. Era una chica con un vestido blanco y pelo negro largo, ondulado. Estaba quieta y le miraba. Gustavo pensó que debía estar muy, muy borracha.
Pero la chica seguía ahi, quieta, siguiendo su caminar con la cabeza. No podía verle la cara desde donde estaba; el cementerio siempre se dejaba a oscuras; se decía que era para que la gente sintiera miedo. Gustavo pensaba que era para que no se dieran cuenta de que era un cementerio normal y corriente.
-¿Qué ocurre?-dijo con voz apagada. La chica estaría borracha, pero le ponía nervioso. Se acercó a él, con el vestido ondulando por el viento, como una gasa.
Ahora podía ver su rostro.
-¿Mónica?-murmuró, asustado.
Ella se volvió, con su vestido moviendose en la noche sin brisa. Él la siguió hasta su tumba, rodeada de borrachos. Se sentó con ella y hablaron largamente, hasta que salió el sol.
Cuando ella se fue, él yacía frío y helado sobre la lápida. Ella llevaba su olor consigo.

sábado, 30 de octubre de 2010

A veces sólo se necesita un empujoncito

-¡No quiero comer sopa!-aulló el anciano, empapando a la enfermera con el líquido ardiendo. La mujer se quedó unos segundo mirándose la mancha, como si no pudiera creerlo, hasta que notó el calor; entonces salió corriendo.
¡Era su oportunidad! Roberto se incorporó de la cama a duras penas, sosteniendose con su bastón de empuñadura plateada. Las piernas le temblaban, demasiado débiles tras tantos meses en cama, pero continuó hacia la ventana, imparable. Sin quererlo arrastró le pértiga del goteo, aún anclada a su piel a través de la vía. Con un movimiento brusco abrió la ventana corredera, y al tiempo que la aguja se desprendía, dejando una gota de sangre grande, brillante, una bocanada de aire entró en la habitación. Aire fresco y nuevo, no ese reciclado cien veces por los aparatos de aire acondicionado.
La ventana estaba a baja altura; Roberto solo tuvo que hacer un poco de fuerza con los brazos para incorporarse al bordillo. Ayudandose con las manos, volvió su cuerpo hacia fuera, al atardecer anaranjado, a la libertad y  a la caída de catorce pisos desde la  planta de psiquiatría geriatríca. La libertad era lo que buscaba.
Hubo gritos a su espalda. Era la enfermera, que desde el pasillo le miraba horrorizada.
-¡Callate, perra!-gritó Roberto-¡Voy a volar! ¡Me iré de esta mierda de sitio y podrás meterte tu mierda de sopa por donde te quepa!
La mujer echó a correr hacia él, aterrada, con los brazos estirados ante ella, intentando sujetarlo por la fina tela de la ropa de hospital. El hombre se echó hacia delante con un gemido; sus músculos no eran los de antes.
Roberto se había tirado. La enfermera se quedó clavada en el sitio, mirándo la ventana. Se acercó lentamente, aterrada y al mismo tiempo llena de un deseo morboso de saber, de saber como quedaba un hombre de setenta y cinco años al chocar contra el suelo. Asomó la cabeza por la ventana abierta, y el viento el alborotó el pelo.
Abajo la gente caminaba, tranquila. No había ningún señor mayor con la cabeza despanzurrada contra el asfalto como un huevo.
La enfermera se apartó de la ventana. Miró a la cama. Se encogió de hombros.
-Parece que el viejo tenía razón despues de todo-murmuró mientras cambiaba las sabanas-El tío podía volar.
¿Y ella? ¿Podría hacerlo ella?
Se acercó a la ventana y allí quedó, indecisa.

viernes, 29 de octubre de 2010

Por el camino a casa

-¡No creo que haya nadie!
Mark miró a sus dos acompañantes; una de ellas estaba seria, pero parecía tranquila. La otra reía, algo inquieta.
-Tio, yo tampoco creo que haya nadie, pero me da miedo-dijo Rachel-Es que, si han entrado una vez, pueden volver a entrar, ¿no? ¿Y si está ahí?
-No, no creo...Es poco probable.
Caminaban por una de las calles empedradas de la vieja localidad. Construidas hacía cientos de años, eran sinuosas y estrechas, y a aquellas horas de la noche también oscuras y tenebrosas. El reducido grupo iba a casa de Tabitha, una amiga de los tres. Tabitha le había dado las llaves de su apartamento a Rachel y Marta, una estudiante de intercambio. Cogerían unas cosas de allí y volverían a devolverle las llaves a su amiga.
-Bueno, es una hora a la que se supone que ella está en casa-dijo Mark-¿Y por qué iban a volver a entrar?
Unos días antes habían forzado la cerradura de la casa de su amiga y lo habían puesto todo patas arriba. Habían rebuscado por todas partes, pero no habían encontrado nada. El único resultado había sido un buen susto.
-Es en esa calle de allí-dijo Mark, señalando.
Era un callejón muy estrecho, sin salida. Desde el fondo solamente se podía ver un poco de calle; de día se veía algún transeunte ocasional. Ahora, a las tres de la madrugada, no había nadie.
Mark miró hacia arriba, a la segunda planta. La ventana de su amiga daba a la calle; si la luz estaba encendida era una señal para no entrar. Pero estaba apagada. Era todo simple paranoia.
Rachel abrió la puerta de barrotes metálicos que cerraba la entrada el edificio de apartamentos. Un pequeño descansillo se abría ante ellos. Subieron las escaleras en silencio, aún algo asustados.La puerta del apartamento era de madera oscura; mientras Rachel la abría, Mark se fijó en la cerradura. Alrededor de esta, en la madera, había pequeños arañazos; la señal de cómo la habían forzado.
La puerta se abrió, y sonó un estrépito.
Detrás de la puerta estaba la bicicleta de Rachel, caída en el suelo; la puerta la había tumbado al abrirse. Mientras ella y Marta la levantaban, Mark caminó por el pequeño apartamento, encendiendo las luces, mirando por las esquinas. Sentía una leve sensación de pánico, como si fuera a ocurrir algo de un momento a otro.
La luz del cuarto de baño se encendió. Estaba solitario y vacío. No había nadie.
Miró en la cocina. Solamente le devolvieron la mirada un par de platos en el fregadero.
Llegó al dormitorio. No le gustaba echar un vistazo allí, pero tampoco la idea de irse y dejar a sus amigas solas con...alguien. Accionó el interruptor. No funcionaba. Tragando saliva, miró en la habitación.
Iluminada muy ténuemente por la luz del pasillo, los peluches y trastos que había repartidos por los muebles parecían hombres agazapados, esperando a saltar. Entrecerró los ojos. No, no, se dijo, no es nada. Solo aquel peluche grande y amarillo. Se metió un poco en la habitación. No había nadie allí, ni detrás de la puerta. Suspiró con alivio.
Antes de salir, se dio la vuelta y lanzó una mirada por debajo de la cama. Estaba oscuro. Allí podía esconderse cualquier cosa. En un reflejo del miedo infantil, se inclinó y miró.
Una mano salió de la oscuridad, como con un zarpazo, y pasó a escasos centímetros de su cara. Estaba enfundada en un guante. Mark gritó, incorporándose, y su grito atrajo a sus amigas. Marta pulsó el interruptor, y la luz llenó la habitación.
Bajo la cama no había nada.
-¿Qué ha pasado?-dijo Rachel, alarmada.
-Na...nada-murmuró Mark-Creía haber visto algo moverse...
Estaba intranquilo, pero era tarde, estaba cansado y había tomado un par de copas. Lo mejor que podía hacer era ir a casa y dormir.
-Necesito meterme en la cama ya-rió, incorporandose-Ya nos vemos, ¿de acuerdo?
Marta y Rachel le despidieron, aún asustadas. El grito les había puesto los pelos de punta.
Mark caminaba, de vuelta a casa. La mano que había salido de debajo de la cama solo podía haber sido una alucinación. Se la había imaginado, como se había imaginado que los trastos de la habitación eran personas, gente esperando a saltar encima suya. No era verdad.
Se pasó una mano por la cara, intentando apartar el alcohol y el cansancio. Aún le quedaba media hora de camino hasta su casa. La luna brillaba en el cielo, tranquila. La noche era silenciosa y apacible. Se llenó los pulmones de aire frío de la noche y sonrió.
Nadie volvió a verlo nunca.

Autorretrato sobre tabla

Para que no todo sean relatos, un autorretrato. Cuando pueda lo pintaré al óleo.

miércoles, 27 de octubre de 2010

No puedes irte tan facilmente

-¿Después de todo lo que he hecho? ¡He sacrificado a mi familia por tí!
Joaquín suspiró tristemente. Ana siempre se ponía a la tremenda.
-¿Y qué quieres que haga? No te pongas así...
-¿Que no me ponga así?-Ana le lanzó una mirada furiosa-¡Serás cabrón!
-Mira, lo que pasó, pasó, pero...necesito un tiempo para pensarmelo.
Ana no podia creerlo. Le estaba dejando. Joaquín, su Joaquín.
-Vete a la mierda.
Se alejó a zancadas, con los ojos llenos de lágrimas. Había esperado que al menos intentara deternerla, pero no dijo ni una palabra. Caminó hasta su casa y abrió la puerta. Se sentó en el suelo.
-Lo he dado todo por tí-murmuró.
Miró en rededor, buscando a su amigo. Allí estaba, sentado en el sillón, como siempre. Se acercó y le lanzó una mirada desafiante.
-Dijiste que sería mío. Me mentiste.
-Oh, vamos. Dijimos tu familia. Aún te quedan dos abuelos y una tía.
-¿Qué haces con los corazones?
-¿En serio quieres saberlo?
La figura cornuda rió, y de su boca surgió un leve olor a azufre.