-¡No creo que haya nadie!
Mark miró a sus dos acompañantes; una de ellas estaba seria, pero parecía tranquila. La otra reía, algo inquieta.
-Tio, yo tampoco creo que haya nadie, pero me da miedo-dijo Rachel-Es que, si han entrado una vez, pueden volver a entrar, ¿no? ¿Y si está ahí?
-No, no creo...Es poco probable.
Caminaban por una de las calles empedradas de la vieja localidad. Construidas hacía cientos de años, eran sinuosas y estrechas, y a aquellas horas de la noche también oscuras y tenebrosas. El reducido grupo iba a casa de Tabitha, una amiga de los tres. Tabitha le había dado las llaves de su apartamento a Rachel y Marta, una estudiante de intercambio. Cogerían unas cosas de allí y volverían a devolverle las llaves a su amiga.
-Bueno, es una hora a la que se supone que ella está en casa-dijo Mark-¿Y por qué iban a volver a entrar?
Unos días antes habían forzado la cerradura de la casa de su amiga y lo habían puesto todo patas arriba. Habían rebuscado por todas partes, pero no habían encontrado nada. El único resultado había sido un buen susto.
-Es en esa calle de allí-dijo Mark, señalando.
Era un callejón muy estrecho, sin salida. Desde el fondo solamente se podía ver un poco de calle; de día se veía algún transeunte ocasional. Ahora, a las tres de la madrugada, no había nadie.
Mark miró hacia arriba, a la segunda planta. La ventana de su amiga daba a la calle; si la luz estaba encendida era una señal para no entrar. Pero estaba apagada. Era todo simple paranoia.
Rachel abrió la puerta de barrotes metálicos que cerraba la entrada el edificio de apartamentos. Un pequeño descansillo se abría ante ellos. Subieron las escaleras en silencio, aún algo asustados.La puerta del apartamento era de madera oscura; mientras Rachel la abría, Mark se fijó en la cerradura. Alrededor de esta, en la madera, había pequeños arañazos; la señal de cómo la habían forzado.
La puerta se abrió, y sonó un estrépito.
Detrás de la puerta estaba la bicicleta de Rachel, caída en el suelo; la puerta la había tumbado al abrirse. Mientras ella y Marta la levantaban, Mark caminó por el pequeño apartamento, encendiendo las luces, mirando por las esquinas. Sentía una leve sensación de pánico, como si fuera a ocurrir algo de un momento a otro.
La luz del cuarto de baño se encendió. Estaba solitario y vacío. No había nadie.
Miró en la cocina. Solamente le devolvieron la mirada un par de platos en el fregadero.
Llegó al dormitorio. No le gustaba echar un vistazo allí, pero tampoco la idea de irse y dejar a sus amigas solas con...alguien. Accionó el interruptor. No funcionaba. Tragando saliva, miró en la habitación.
Iluminada muy ténuemente por la luz del pasillo, los peluches y trastos que había repartidos por los muebles parecían hombres agazapados, esperando a saltar. Entrecerró los ojos. No, no, se dijo, no es nada. Solo aquel peluche grande y amarillo. Se metió un poco en la habitación. No había nadie allí, ni detrás de la puerta. Suspiró con alivio.
Antes de salir, se dio la vuelta y lanzó una mirada por debajo de la cama. Estaba oscuro. Allí podía esconderse cualquier cosa. En un reflejo del miedo infantil, se inclinó y miró.
Una mano salió de la oscuridad, como con un zarpazo, y pasó a escasos centímetros de su cara. Estaba enfundada en un guante. Mark gritó, incorporándose, y su grito atrajo a sus amigas. Marta pulsó el interruptor, y la luz llenó la habitación.
Bajo la cama no había nada.
-¿Qué ha pasado?-dijo Rachel, alarmada.
-Na...nada-murmuró Mark-Creía haber visto algo moverse...
Estaba intranquilo, pero era tarde, estaba cansado y había tomado un par de copas. Lo mejor que podía hacer era ir a casa y dormir.
-Necesito meterme en la cama ya-rió, incorporandose-Ya nos vemos, ¿de acuerdo?
Marta y Rachel le despidieron, aún asustadas. El grito les había puesto los pelos de punta.
Mark caminaba, de vuelta a casa. La mano que había salido de debajo de la cama solo podía haber sido una alucinación. Se la había imaginado, como se había imaginado que los trastos de la habitación eran personas, gente esperando a saltar encima suya. No era verdad.
Se pasó una mano por la cara, intentando apartar el alcohol y el cansancio. Aún le quedaba media hora de camino hasta su casa. La luna brillaba en el cielo, tranquila. La noche era silenciosa y apacible. Se llenó los pulmones de aire frío de la noche y sonrió.
Nadie volvió a verlo nunca.