lunes, 26 de septiembre de 2011

Más aburrido que un calcetín.

 Cuando entro en el cuarto de baño, mi mirada se posa durante un instante en un calcetín, colgado en la barra de la toalla de manos. Es de color negro, aunque lo que mis ojos captan se parece más a un gris oscuro, sucio. Está vuelto del revés. Es un calcetín huérfano; su acompañante de por vida debe haberse perdido en las profundidades del cubo de la ropa sucia.
 Aunque quizás me equivoque. Quizás los calcetines no tienen acompañante de por vida y no están hechos para ir por parejas. Además, siempre podría comprar otros del mismo modelo y color, y alternar entre los tres. Pero ese calcetín solitario sabría que ese no es su sitio; el talón desgastado y la tela ligeramente apergaminada le delatarían siempre como el intruso. Todo el mundo sabe que los calcetines van por parejas. Seguramente ese sea el estado natural de los calcetines.
 Sin embargo, me siento en el borde de la bañera y me quedo mirando aquella anomalía colgada de la barra. Incluso cruzo las piernas y apoyo la barbilla en la mano, dándome a entender a mí mismo que me hallo sumido en un estado de reflexión profunda.
 Porque los calcetines no siempre van por parejas. Muchas veces, al meterlos en el cajón, se separan  y se esconden el uno del otro. Muchas veces es complicado encontrar dos del mismo color, y es imposible no preguntarse como es posible tener uno pero no el otro. Y cuando, por la razón que sea, solo quedan calcetines desparejados, la única solución posible es buscar dos de colores parecidos. Pero los pies lo notan; notan que algo anda mal.
 Y están los calcetines solitarios, los que tienen un agujero espantoso en el talón. Los de ese tipo, nunca comprenderé por qué, me recuerdan siempre a la botella de Klein. Tienen una especie de multidimensionalidad inexplicable. Esos tubos de tela ajados, solitarios, que necesitan la compañía de otros en la oscuridad del cajón, a sabiendas de que nunca se los volverán a poner.
 De pronto, siento pena por el calcetín. Tan solitario. Tan necesitado. Pobrecillo. La tragedia de la vida de un calcetín.
 Descruzo las piernas, que se me empiezan a dormir, y suspiro. Me levanto y durante un instante pienso en enviar al calcetín al cubo de la ropa sucia, pero después caigo en la cuenta que sin aquel pequeño toque de desorden no habría disfrutado de aquel momento de pensamiento elevado.
 Así que apago la luz del cuarto de baño, y cruzo el pasillo a oscuras en dirección a mi habitación. Paso junto a la puerta abierta de la cocina, junto a la oscuridad en la que siguen habitando varias pesadillas, aunque últimemente las ignore. Está bien recurrir a ellas para escribir algo, pero a las dos de la madrugada prefiero no pensar en ellas. Entro en mi habitación, cierro la puerta y enciendo el monitor del ordenador.
 Me siento en la butaca y, por primera vez en mucho tiempo, pienso en escribir una historia corta. Y no paro de pensar en el calcetín. Una barra para la toalla y un calcetín.
 A veces es entretenido hablar de calcetines.

martes, 20 de septiembre de 2011

Ser valiente no es solo cuestión de suerte.

Después de mil años sin publicar nada (siete meses, ¿cierto?), voy a subir algo al blog. Para volver a acostumbrarme y darle algo de vida.
Ultimamente me he aficionado a escuchar Vetusta Morla, un grupo como hay pocos. Y ayer tenía ganas de hacer una ilustración, así que hice un retrato del cantante. Espero que guste.