Tom estaba esperando el autobús en la parada, con las manos metidas en los bolsillos de su largo abrigo. Miraba hacia la noche, esperándolo llegar. De cuando en cuando comprobaba la hora; temía haber llegado demasiado tarde, que hubiera pasado el último y tener que volver andando. Había una buena hora de camino hasta su casa.
Se le acercó un chico. Tendría unos veinte años aproximadamente, el pelo oscuro, corto, peinado hacia atrás, y vestía una chaqueta de pana oscura.
-Perdona, ¿sabes que autobús tengo que coger para ir al centro?
-Claro-respondió él-La línea treinta y siete te deja cerca.
-Gracias.
En un principio el chico se quedó quieto; después se apartó un paso hacia el lado. Tom le miró de reojo. Estaba demasiado cerca; no le gustaba. Se apartó un poco, y el chico hizo lo mismo, yendo al otro extremo de la parada. Eso estaba mejor.
El chico iba y venía, caminando de un lado a otro, acercándose a él y alejándose. Cada vez Tom estaba más y más nervioso. Por suerte, su autobús, la línea uno, acabó llegando. Él subiría, y el otro se quedaría allí.
Para su sorpresa, el chico de la chaqueta de pana le siguió, subiendo al vehículo tras él. Tom se retrasó adrede guardando la tarjeta de viajes en la cartera mientras aquel se sentaba; eligió un asiento alejado de él. Suspiró aliviado.
El vehículo hizo su recorrido velozmente, atravesando la noche con rapidez. Había poco tráfico, por lo que tardó muy poco. Tom se quedó adormilado.
Al cabo de media hora, cerca de su casa, pulsó el botón de parada. Se levantó, cansado, deseoso de llegar y tumbarse en la cama. Y vio con sorpresa que el chico que había estado antes en la parada también se había levantado, y estaba junto a él. Le miraba de forma extraña, tanto que Tom pensó si debía quedarse en el vehículo. Sin embargo se apeó, no queriendo darle importancia al asunto.
El chico le seguía. Estaba tomando todas las calles que él tomaba, siguiéndole a una respetable distancia. Tom estaba cada vez más y más nervioso. Aceleró. Cuando estaba a veinte metros del portal de su casa, empezó a rebuscar es sus bolsillos, intentando sacar las llaves.
No estaban. Se quedó ante la puerta, buscando las llaves, sin encontrarlas. Las había perdido, oh dios, las había perdido.
Se volvió. El chico estaba detrás de él, a cinco metros, quieto. Mirándole.
-¿Qué haces?-le espetó el chico, con el ceño fruncido.
Tom se apartó un par de pasos.
-¿Por qué me sigues?-dijo.
-¿Qué?-le respondió aquel.
Tom sacó las manos de los bolsillos.
-Me has seguido-dijo.
-Tú me has seguido-respondió aquel.
Tom arrugó el ceño.
-Voy a llamar a la policía-dijo.
-Bien-respondió el chico-Llámales. Y explícales por que me estás esperando en la puerta de mi casa.
Tom inclinó la cabeza, extrañado. Sin saber bien por qué, se miró en la luna del coche más cercano.
Vestía una chaqueta de pana, y tenía el pelo oscuro corto, peinado hacia atrás. Se volvió hacia el hombre del abrigo largo y el pelo rizado.
Pestañeó, sorprendido.