sábado, 25 de diciembre de 2010

De grandes cenas...

-Tienes que aprender a hacerlo bien-decía el maestro sepulturero a su aprendiz-Clava la punta de la pala, y luego haz palanca. Después deja el montón de tierra ahí al lado y vuelta al principio.
El aprendiz suspiró. Siempre le repetía lo mismo, como si dentro de aquella frase se encerrara una verdad oculta que él no había querido o podido ver. Repitió el movimiento; clavar, hacer palanca, monton de tierra y vuelta al principio.
-Maestro-dijo al cabo de un rato-¿de veras es necesario hacer eseto en una noche sin luna, con la tempestad rugiendo a nuestro alrededor y nuestras linternas empapadas de lluvia? Tengo mojados hasta los huesos, y apenas puedo ver lo que hago. Volvamos adentro.
-No-respondió el maestro-Debes aprender. El camino esta lleno de obstáculos, y tienes que aprender a vivir con ellos.
El aprendiz siguió cavando durante una hora. Cuando pasó ese tiempo salió del agujero, mirando con suspicacia a su maestro.
-¡Maestro!-dijo-Estoy harto. No creo que tus métodos sean los acertados ni que puedan ayudarme a alcanzar la perfección. Te dejo; he aprendido lo que necesitaba. Adios.
El maestro vio marchar al discípulo, apenado. Su entrenamiento distaba de estar completo, y largo y árduo sería el camino hasta que consiguiera la perfección.
-La perfección se consigue con la práctica-murmuró, y siguió cavando.
A su lado, la cena esperaba a ser enterrada.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Ominoso pensamiento

Irregularidad y libros

Ultimamente mis entradas se estan volviendo algo irregulares, y creo que debería explicar la razón. Me encuentro embarcado en la redacción de un libro (formato novelesco, temática terrorífica-lovecraftiana con tintes de John Carpenter, lo que a mi me gusta) y...tengo la cabeza de llena de ello. Estoy intentando mantener un ritmo alto de escritura (por encima de las tres páginas diarias, últimamente cinco o seis), lo cual me está provocando una sobrecarga temática considerable; de ahí que los relatos cortos esten virando tanto hacia el terror. Por si fuera poco me paso el día pensando en lo que voy a escribir, y cuando llega el momento de escribir el relato diario para el blog estoy tan saturado que no se me ocurre nada, lo que explica la reciente proliferación de dibujos de zombies y demás.
Lo bueno es que queda poco; solo queda un tercio de libro por escribir. Después de eso únicamente quedará la corrección y reestructuración, y no ire devanándome los sesos (tanto) como ahora.
Hasta entonces, disculpen las molestias.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Deducción.

-Y que su fuerza os ilumine a todos.
Con esas palabras se cerró la reunión; un rayo rasgó el cielo y un trueno retumbó teatralmente. Las luces se apagaron y hubo un gran revuelo; la gente gritaba y se levantaba. Durante unos instantes todo se redujo a caos, y de pronto, tal como se hubo ido volvió la luz.
El cuerpo del Gran Maestre reposaba, inmovil, en el centro de un gran charco de sangre que se iba haciendo cada vez más grande. Un grito resonó en la sala mientras los presentes vieron, horrorizados, el gigantesco cuchillo clavado en la espalda de tan insigne señor.
Una figura decidida salió de la multitud y se acercó al cuerpo. Era el joven Pascal Fourier, intrépido reportero de la Gaçette de la Province. Se adelantó hasta el cuerpo, tocó su muñeca, y sentenció.
-Ha muerto.
Esto provocó aún más revuelo entre muchedumbre. El joven los hizo callar con un gesto y continuó:
-Este cuchillo es sin lugar a dudas la daga de la Penetración; la ilustre forma de su mango lo atestigua. Sin lugar a dudas, quien ha cometido el crimen había planeado el corte en la corriente. Disponía de acceso a los juegos de llaves, ya que si no le habría sido imposible abrir el Armario de los Útiles.
-Creo que...-empezó uno de los asistentes, un señor anciano y cejijunto.
-¡Silencio! Mis deliberaciones requieren tranquilidad y sosiego-se incorporó, mirando a su alrededor-A ver; ¿quien querría matarlo? ¿Sería...la suma sacerdotisa, acusada de impíos actos con los Útiles?-señaló con un dedo a la mujer, que se ruborizó-¿O habrá sido el Secretario, ávido de poder?
-¡Cuidado con lo que....!-comenzó el secretario, pero cerró la boca al ver el gesto cortante del joven.
-Esto requiere de mis dotes deductivas. Veamos...
-¿Quiere alguien...?-volvió a comenzar el anciano cejijunto.
-¡Que alguien calle al viejo!-aulló Fournier, haciendo un gesto de desprecio-Veamos, necesito entrevistarme con todos los presentes. Que nadie salga de aquí; todos deberán hablar conmigo. Yo, el gran Pascal Fournier, habiendo podido resolver el misterio de las Joyas de Persia, el asesinato de Sir Wallace y las Voces de la Mansión de la Fontaine, conseguiré resolver este caso en un pis pas.
-¿Nadie va a escucharme?-aulló el anciano.
El joven refunfuñó y le miró con sorna.
-¿Que vas a aportar tú a la investigación? ¿Crees que puedes compararte conmigo?
-Compararme no se-respondió el anciano-pero puedo darle mi consejo. Mi consejo es el siguiente; si apuñala a alguien, no se limpie en su propio pañuelo. Y si lo hace, no lo deje caer por ahí.
De su mano nudosa colgaba un pañuelo manchado de sangre en el que se veía bordado el nombre completo de Pascal Fournier.
-Ups-dijo el periodista, y corrió.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Labor de investigación

-Eres...raro.
María no dejaba de mirar al ser que tenía delante. Era claramente extraño bajo cualquier estándar; tenía la cabeza entre las piernas, y su cuerpo, cubierto de fino pelo violáceo, brillaba de forma multicolor. Tenía tres piernas, y caminaba dando extraños tumbos, ya que no coordianaba del todo bien. Verlo volverse era todo un espectáculo.
Además, su torso tentacular era claramente más pesado por un lado que por el otro, impidiéndole mantener un esquilibrio correcto. Las alitas que surgían de las parte más alta eran claramente inservibles.
-¿Por qué dices eso?-chilló el ser con su vocecita. Parecía dolido.
María miró la gran oreja tubular que surgía del centro de la cara e intentó enfocar sus ojos en el único globo ocular de la cosa.
-Eres...poco práctico.
-¿Qué quieres decir con "poco práctico"?-aulló el ser. Ahora no solo parecía dolido; también parecía enfadado.
-No puedes caminar bien. Te tambaleas. En clase me han enseñado la teoría de la evolución; solo sobreviven los más aptos. Y estoy segura de que si viniera un tigre te comería en un periquete, sin que pudieras correr y sin que te diera tiempo a decir-pensó cual sería la frase exacta-Encefalorraquídeo, por ejemplo.
El ser traqueteo sobre sus piececitos terminados en uñas del color del arcoíris y refunfuñó.
-¿Y si tu te encontraras con un tigre, qué?
La niña pensó.
-No me daría tiempo a decir nada-sentenció-Echaría a correr en vez de perder el tiempo con palabras largas.
-¡Oh, vamos!-chilló el ser, dándo un salto de unos cinco centímetros; estuvo a punto de volcar al aterrizar-¡No puedo creer que te estes comportando así!
La niña miró a su alrededor.
-Estoy segura de que en esa direción se encuentra el museo de Ciencias Acopladas Postoníricas. Vamos.
-¿Pero qué hay del parque de atracciones? ¿Que hay de las golosinas? ¿Que hay de echar a volar y jugar con los pájaros?
María le lanzó una mirada, y la mantuvo hasta que el ser apartó la vista. Después se volvió al horizonte de colinas color rosa.
-Este es mi sueño y hare lo que me dé la gana-dijo. Y añadió-Y es imposible que volemos; tu envergadura de alas es insuficiente para tu peso, y las personas no vuelan. Vamos.
Y echaron a caminar.

Surreal

Las fuertes linternas de tus brazos crepitan a su alrededor, y a veces el murciélago no deja de revolotar. En esas ocasiones tus palillos se entrechocan, azarosos, en la lugubre cumbre, y no logras desentrañar la caverna de las aguas profundas.
¿Qué es lo que caminas? ¿Caminas lo que piensas? El seso flaco de la tonta soledad no mira el peso de los átomos. No queda más, no lo sigues. El entrechocar continúa, y la fiebre comienza.
¿Supones mal al suponer que vuelas?
La crepuscular tienda te azota por un lado, y la niebla espesa por el otro. Sin embargo, poco a poco vas viendo el amanecer; no todo está en la isla. No todo está muerto y zombificado. La sangre roja de farol cae y cae, pero ves que es más el perfume que la carne.
Piensas en el pétalo. Piensas en el hilo. Todo está dicho y no hay nada que decir. Te das cuenta del hombre del maletín, y te ríes de tus murciélagos.
Le miras a los ojos y le susurras con un beso.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Dormir

Depertar.
Mirada alrededor.
Parpadeo.
Desperezarse.
Limpiarse detrás de las orejas.
Sentarse.
Mirar alrededor.
Caminar.
Cocina.
Comer.
Beber.
Caminar.
Sentarse.
¡Escuchar!.
Caminar.
Ver.
Llamar.
Llamar.
Frotarse.
Llamar.
Me acaricia.
Me acaricia.
...ronroneo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Cerca del final

Abrhamir estaba en el borde del acantilado, mirando la sombría playa de arenas grises bañada por las olas negras. El cielo estaba oscuro, cubierto por una gruesa capa de nubes; de un momento a otro comenzaría la lluvia.
Abrhamir desenvainó su espada y la apuntó al cielo, desafiante. A lo lejos un rayo respondió zigzagueando desde los cielos, y al cabo de unos segundos el trueno llegó a las costas.
-¡Murr de las Profundidades Negras!-gritó el guerrero-¡Hice lo que me pediste! ¡Crucé el mortal desierto de Dorzal, caminé por las sendas de los Montes de Thrul, me perdí en las profundidades de la Selva de Zlahs! ¡Robé los dientes de rubí de la Señora de la Gran Cueva de Pormal, vencí al León de las Sombras! ¡Me lo prometiste y no has cumplido! ¡Muéstrate!
A lo lejos la tormenta empezaba a cambiar de forma; un gigantesco remolino de nubes oscuras, salpicado de relámpagos, bajaba hasta el nivel del mar.
-¡Murr!-rugió Abrhamir-¡Murr!
El suelo tembló, y un terrible sonido se elevó de las profundidades del mar. En las aguas se estaba abriendo una gran sima, un agujero gigantesco y profundo que se abría hasta lo más hondo del océano, hasta el abismo más recóndito. Una sombra empezó a surgir de aquel hueco; una figura ciclópea y colosal. Los mechones de pelo empapado debían medir cientos de metros, y toda su superficie parecía cubierta del mismo barro oscuro y aceitoso.
Murr, el morador de las Profundidades Negras, se alzó en toda su magnitud, y comenzó a caminar hacia Abrhamir. Cada uno de sus pasos hacía retumbar la tierra, y levantaba olas que chocaban con fuerza contra el acantilado.
La gigantesca cara del ser se acercó al guerrero. Su voz, grave, profunda, sobrenatural, sonó por encima del rugir de la tormenta.
-Abrhamir de las Espadas Rojas-dijo, y su aliento putrefacto de eones bajo el mar golpeó a Abrhamir-Cruzaste el mortal desierto de Dorzal, caminaste por las sendas de los Montes de Thrul, te perdiste en las profundidades de la Selva de Zlahs, si, y robaste los dientes de rubí de la Señora de la Gran Cueva de Pormal. Venciste al León de las Sombras. Hasta ahí has cumplido el trato, pero te queda la última parte.
Abrhamir miró al dios, temeroso. Sin embargo consiguió gritar:
-¡Cumpliré lo que haga falta para recuperar a mi amada!
El rostro sonrió.
-Tu última prueba será sumergirte en mi reino-dijo-Si logras llegar hasta la sala donde se encuentra mi Trono, tendrás aquello que has pedido. Si no, serás mi sirviente por los siglos que han de venir.
-¡Sea!-gritó Abrhaim.
Ella era lo único que le hacía sentir humano. Se lo debía; tenía que rescatarla fuera como fuera.

martes, 14 de diciembre de 2010

Los altavoces viejos

Se inclinó hacia los altavoces, extrañado. Una vez más, dejaban escapar aquel ruido extraño, que asociaba con pequeños cristales rotos. 
Escuchando, se mantuvo a la espera. El sonido siempre empezaba a un nivel mas bajo, y al cabo de un rato subía. Como venía se iba; en cierto modo le recordaba al sonido de los computadores antiguos en las películas. ¿Tendría algo que ver?
Lo desagradable era aquella manera de metérsele en los oídos. Decidió que ya era hora de encontrar el origen del problema.
Subió el volumen al máximo y escuchó. Los altavoces mandaban la misma señal; un ruido muy, muy bajo de estática extraña. No sabía que hacer para averiguar el origen de aquello.
Entonces pensó que podría grabarlo con el micrófono. Eso era. Lo grabaría con el micrófono, lo reproduciría y podría oir con claridad aquel sonido tan molesto. Entonces podría subirlo en algún foro de informáticos y preguntar qué era eso y como deshacerse del sonido.
Colocó el micrófono ante el altavoz derecho y grabó. Después amplificó la señal varias veces.
El sonido era ahora extraño, agudo. Sonaba como...como...
Relentizó la pista de sonido y prestó atención. No podía creerlo.
Eran voces.
-¡Sácanos!-decían-¡Sácanos de aquí! ¡Está oscuro! ¡Desconecta el altavoz!
¿Qué iba a decirle al tipo de la tienda de reparaciones?

domingo, 12 de diciembre de 2010

La sospecha

Me despierto, molesto. Tengo una sensación extraña. No consigo entender qué es, pero hay algo que se me olvida. Algo.
Me levanto de la cama y camino hasta el cuarto de baño. Me lavo la cara y las manos; durante un segundo, por culpa del sueño y los ojos pegados, veo doble y creo que tengo seis dedos en la mano derecha. Me fijo bien. Tengo cinco, claro.
Me seco las manos y camino hasta la cocina para prepararme el desayuno. Meto una taza de leche en el microondas. Pulso la tecla dos veces para marcar un minuto, pero el contador digital hace cosas raras. Aparecen signos que no conozco, extraños y cambiantes. Pulso el botón de encendido de todas formas, y cuento en voz alta.
Cuando lleva diez segundos me doy cuenta de que una gran nube de vapor esta saliendo de la rejilla de ventilación.
-¡Hey, hey!-exclamo, abriendo la puerta. El microondas se detiene automáticamente.
Miro la taza vacía en el interior del aparato; una gran nube de vapor escapa. El recipiente se encuentra completamente vacío.
Empiezo a sospechar. Me acerco a la pared y pulso el interruptor varias veces, encendiendo y apagando. Nada, no funciona. La luz sigue encendida. Salto, y tardo tres segundos en volver a tocar el suelo.
Caigo en la cuenta, y de pronto todas las formas se hacen reales. Soy repentinamente consciente de lo altas que son las paredes, del extraño color rosa del cielo. Camino por la casa, deleitandome de mi descubrimiento.
-Espero que aún queden muchas horas para que suene el despertador-sonrío. Me lanzo por la ventana y vuelo hacia lo mas alto.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Zombiegirl

Confusión

Tom estaba esperando el autobús en la parada, con las manos metidas en los bolsillos de su largo abrigo. Miraba hacia la noche, esperándolo llegar. De cuando en cuando comprobaba la hora; temía haber llegado demasiado tarde, que hubiera pasado el último y tener que volver andando. Había una buena hora de camino hasta su casa.
Se le acercó un chico. Tendría unos veinte años aproximadamente, el pelo oscuro, corto, peinado hacia atrás, y vestía una chaqueta de pana oscura.
-Perdona, ¿sabes que autobús tengo que coger para ir al centro?
-Claro-respondió él-La línea treinta y siete te deja cerca.
-Gracias.
En un principio el chico se quedó quieto; después se apartó un paso hacia el lado. Tom le miró de reojo. Estaba demasiado cerca; no le gustaba. Se apartó un poco, y el chico hizo lo mismo, yendo al otro extremo de la parada. Eso estaba mejor.
El chico iba y venía, caminando de un lado a otro, acercándose a él y alejándose. Cada vez Tom estaba más y más nervioso. Por suerte, su autobús, la línea uno, acabó llegando. Él subiría, y el otro se quedaría allí.
Para su sorpresa, el chico de la chaqueta de pana le siguió, subiendo al vehículo tras él. Tom se retrasó adrede guardando la tarjeta de viajes en la cartera mientras aquel se sentaba; eligió un asiento alejado de él. Suspiró aliviado.
El vehículo hizo su recorrido velozmente, atravesando la noche con rapidez. Había poco tráfico, por lo que tardó muy poco. Tom se quedó adormilado.
Al cabo de media hora, cerca de su casa, pulsó el botón de parada. Se levantó, cansado, deseoso de llegar y tumbarse en la cama. Y vio con sorpresa que el chico que había estado antes en la parada también se había levantado, y estaba junto a él. Le miraba de forma extraña, tanto que Tom pensó si debía quedarse en el vehículo. Sin embargo se apeó, no queriendo darle importancia al asunto.
El chico le seguía. Estaba tomando todas las calles que él tomaba, siguiéndole a una respetable distancia. Tom estaba cada vez más y más nervioso. Aceleró. Cuando estaba a veinte metros del portal de su casa, empezó a rebuscar es sus bolsillos, intentando sacar las llaves.
No estaban. Se quedó ante la puerta, buscando las llaves, sin encontrarlas. Las había perdido, oh dios, las había perdido.
Se volvió. El chico estaba detrás de él, a cinco metros, quieto. Mirándole.
-¿Qué haces?-le espetó el chico, con el ceño fruncido.
Tom se apartó un par de pasos.
-¿Por qué me sigues?-dijo.
-¿Qué?-le respondió aquel.
Tom sacó las manos de los bolsillos.
-Me has seguido-dijo.
-Tú me has seguido-respondió aquel.
Tom arrugó el ceño.
-Voy a llamar a la policía-dijo.
-Bien-respondió el chico-Llámales. Y explícales por que me estás esperando en la puerta de mi casa.
Tom inclinó la cabeza, extrañado. Sin saber bien por qué, se miró en la luna del coche más cercano.
Vestía una chaqueta de pana, y tenía el pelo oscuro corto, peinado hacia atrás. Se volvió hacia el hombre del abrigo largo y el pelo rizado.
Pestañeó, sorprendido.

martes, 7 de diciembre de 2010

Conseguir lo que se desea

El techo de cristal está roto, y sobre mi cabeza oigo el golpear de la lluvia. La habitación está encharcada, cada vez más.
El señor Oso se acerca a mí y me dice que no llore, que todo está bien. No le creo. Si todo estuviera bien el techo no estaría roto, y mis piernas no estarían empapadas hasta las rodillas. Miento al señor Oso; le digo que le creo y que esperaré allí como me ha dicho. Mientras, busco una salida.
Si miro por el balcón puedo ver la ciudad azulada, cubierta por las nubes y lluvia. Los rayos y truenos me hacen encoger, pero el señor Oso me da ánimos. Dice que dentro de poco acabará todo. Me da su sonrisa más tranquilizadora y me abraza; es blandito y suave, y me hace sentir un poco mejor, pero ya sé que no puedo confiar en él. En cuanto pueda tengo que escapar.
Me acerco a la escalera y lanzo una mirada. Papá y mamá están en el sofá, tal como el señor Oso y sus amigos les dejaron. La cabeza de mamá está algo aplastada, y los ojos en blanco de papá me dan miedo, así que dejo de mirar. El piso de abajo está a oscuras y no quiero bajar.
Oigo un ruido más fuerte que los truenos, que retumba por toda la casa. Es un zumbido que hace que vibren los cristales del techo y que algunos de los que están rotos se suelten y caigan, llenando los charcos de pedazos afilados y transparentes como hielo. Al mirar arriba veo el gran disco, flotando. Al mirar hacia el balcón veo que toda la ciudad está cubierta de discos iguales.
Ahora sé que el señor Oso no me mentía. Siempre me había dicho la verdad. Le sonrió y le tomo de la mano; él me guía el resto del camino.