sábado, 18 de diciembre de 2010

Surreal

Las fuertes linternas de tus brazos crepitan a su alrededor, y a veces el murciélago no deja de revolotar. En esas ocasiones tus palillos se entrechocan, azarosos, en la lugubre cumbre, y no logras desentrañar la caverna de las aguas profundas.
¿Qué es lo que caminas? ¿Caminas lo que piensas? El seso flaco de la tonta soledad no mira el peso de los átomos. No queda más, no lo sigues. El entrechocar continúa, y la fiebre comienza.
¿Supones mal al suponer que vuelas?
La crepuscular tienda te azota por un lado, y la niebla espesa por el otro. Sin embargo, poco a poco vas viendo el amanecer; no todo está en la isla. No todo está muerto y zombificado. La sangre roja de farol cae y cae, pero ves que es más el perfume que la carne.
Piensas en el pétalo. Piensas en el hilo. Todo está dicho y no hay nada que decir. Te das cuenta del hombre del maletín, y te ríes de tus murciélagos.
Le miras a los ojos y le susurras con un beso.

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