jueves, 16 de diciembre de 2010

Cerca del final

Abrhamir estaba en el borde del acantilado, mirando la sombría playa de arenas grises bañada por las olas negras. El cielo estaba oscuro, cubierto por una gruesa capa de nubes; de un momento a otro comenzaría la lluvia.
Abrhamir desenvainó su espada y la apuntó al cielo, desafiante. A lo lejos un rayo respondió zigzagueando desde los cielos, y al cabo de unos segundos el trueno llegó a las costas.
-¡Murr de las Profundidades Negras!-gritó el guerrero-¡Hice lo que me pediste! ¡Crucé el mortal desierto de Dorzal, caminé por las sendas de los Montes de Thrul, me perdí en las profundidades de la Selva de Zlahs! ¡Robé los dientes de rubí de la Señora de la Gran Cueva de Pormal, vencí al León de las Sombras! ¡Me lo prometiste y no has cumplido! ¡Muéstrate!
A lo lejos la tormenta empezaba a cambiar de forma; un gigantesco remolino de nubes oscuras, salpicado de relámpagos, bajaba hasta el nivel del mar.
-¡Murr!-rugió Abrhamir-¡Murr!
El suelo tembló, y un terrible sonido se elevó de las profundidades del mar. En las aguas se estaba abriendo una gran sima, un agujero gigantesco y profundo que se abría hasta lo más hondo del océano, hasta el abismo más recóndito. Una sombra empezó a surgir de aquel hueco; una figura ciclópea y colosal. Los mechones de pelo empapado debían medir cientos de metros, y toda su superficie parecía cubierta del mismo barro oscuro y aceitoso.
Murr, el morador de las Profundidades Negras, se alzó en toda su magnitud, y comenzó a caminar hacia Abrhamir. Cada uno de sus pasos hacía retumbar la tierra, y levantaba olas que chocaban con fuerza contra el acantilado.
La gigantesca cara del ser se acercó al guerrero. Su voz, grave, profunda, sobrenatural, sonó por encima del rugir de la tormenta.
-Abrhamir de las Espadas Rojas-dijo, y su aliento putrefacto de eones bajo el mar golpeó a Abrhamir-Cruzaste el mortal desierto de Dorzal, caminaste por las sendas de los Montes de Thrul, te perdiste en las profundidades de la Selva de Zlahs, si, y robaste los dientes de rubí de la Señora de la Gran Cueva de Pormal. Venciste al León de las Sombras. Hasta ahí has cumplido el trato, pero te queda la última parte.
Abrhamir miró al dios, temeroso. Sin embargo consiguió gritar:
-¡Cumpliré lo que haga falta para recuperar a mi amada!
El rostro sonrió.
-Tu última prueba será sumergirte en mi reino-dijo-Si logras llegar hasta la sala donde se encuentra mi Trono, tendrás aquello que has pedido. Si no, serás mi sirviente por los siglos que han de venir.
-¡Sea!-gritó Abrhaim.
Ella era lo único que le hacía sentir humano. Se lo debía; tenía que rescatarla fuera como fuera.

3 comentarios:

  1. Una historia muy bien contada,el ambiente de aventuras y la tormenta, lo dejan a uno con ganas de leer mas.

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  2. ¿ Pero que pasó ?. Vaya corte. Utilizando tus poderes de creador para dejarnos a los pobres mortales con la miel en la boca. Eso no vale.

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  3. Jajajajajajaja, no es para dejar con la miel en la boca! Es para que cada uno se imagine lo que ha pasado y lo que va a venir; además, si lo contara todo no habría ganas de leer más y uno se olvidaría inmediatamente del relato...
    ¡Pero me alegro de que os haya gustado!

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