miércoles, 17 de noviembre de 2010

Cabin fever

La estática del aparato era insoportable. El altavoz zumbaba cada diez segundos, aproximadamente, produciendo un ruido vibrante que se desvanecía rápidamente. Sin embargo, se repetía y se repetía. Había probado a moverlo, a golpearlo, a cambiarlo de posición, sin resultados. El altavoz seguía, una y otra vez, emitiendo el mismo sonido.
La soledad de la estación se volvía desesperante. Desde la cocina podía oír el ruido de aquel altavoz, reverberando una y otra vez.Quería acuchillarlo, destrozarlo, pero no podía hacer nada.
El problema había comenzado hacía quince días. Su compañero, Eric, había sufrido un ataque repentino; había cortado todas las comunicaciones con la base y había destrozado el equipo de la sala de mediciones. Después había ido a su habitación, y le había hecho despertar con el sonido de un hacha, chunk, hincándose junto a su cabeza. Él había tenido que hacerse cargo de toda la situación. Para empezar, Eric no provocaría más daños.
Había tenido suerte; su compañero de cautiverio había olvidado destrozar los repuestos. Pudo arreglarlo todo menos el sistema emisor, y ese era el verdadero problema; era imposible mandar un equipo hasta allí en menos de un mes. Además, dado que los informes se enviaban cada quince días, tardarían mucho en alarmarse por la falta de señal. De hecho si no entregaban el informe puntualmente no pasaba nada; todos eran conscientes de que las emisiones tenían que mantenerse al mínimo. Era esencial.
Ahora llevaba quince días solo en aquella cápsula de suelos de moqueta y paredes de cemento revestidas de madera, y creía que el mundo se le iba a caer encima. Aunque Eric había estado pirado le había dado compañía, y eso había estado bien. Ahora solo tenía silencio, mucho silencio. Contemplar los medidores y apuntar.
Aunque era absurdo, a veces entraba en la cámara frigorífica y hablaba con Eric. Se sentía mejor, aunque había tenido que ponerle una bolsa de plástico tapándole el cuello. La herida, por congelada que estuviera, le molestaba. Mientras hablaba con Eric, recordaba las charlas que había tenido con él.
Al joven no le había gustado su trabajo. Consideraba que estaban entrometiéndose en las vidas de los nativos. Habían tenido incluso un par de peleas al respecto. Él siempre le había respondido lo mismo:
-¿Sabes qué decía mi padre? Fumar puede matar, chico. Y con eso-entonces le dedicaba su mejor sonrisa-quería decir; si no prestas atención cuando te advierten, peor para ti. Sabías a qué veníamos, no vengas ahora con tonterías.
Eric no había soportado la presión, pero ¿a quién le importaba? Aún le quedaban como mínimo quince días en aquel búnker, sin más compañía que la de un cadáver y sin mas entretenimiento que el de contar los crujidos de estática de un altavoz. Eso y mirar los medidores.
Según habían podido averiguar las sondas camufladas en superficie, la población indígena se dividía en pequeñas aldeas, que mantenían pobres vínculos comerciales entre sí. Gente estúpida y analfabeta, sin apenas servicios médicos.
Le quedaban quince días, pero realmente no importaba; habían conseguido toda la información que necesitaban. En menos de dos meses la corporación lanzaría las bombas de gripe; la población que consiguiera sobrevivir sería mano de obra en las minas y campos, y él podría largarse de una vez de aquel asqueroso planetucho.
Golpeó el altavoz con el canto de la mano y suspiró. Iba a ser una espera muy, muy larga.

4 comentarios:

  1. Al principio me ha recordado un poco a la película Moon, del Director Duncan Jones (el hijo de Bowie)

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  2. No he visto esa película. Me la veré; tengo curiosidad

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  3. Yo si he visto la pelicula ,y es verdad se parece un poco.
    Me gusta el ambiente desolador que se respira en tu relato,pero desde luego es,no antiecologista sino más bien genocida.Qué fuerte.

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  4. Mitad y mitad; al final ambas cosas suelen ser resultado de la locura de unos y la pasividad de otros.
    Definitivamente, tengo que verme esa peli

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